Por P. Fernando Pascual
El mundo ha visto, desde los inicios del siglo XX, una expansión sorprendente del aborto legal, hasta haberse convertido en el siglo XXI en una de las principales causas de muerte de seres humanos.
La OMS ha calculado, en diversos informes, que el número de abortos en todo el mundo estaría entre los 50 y los 70 millones de hijos eliminados cada año.
La cifra puede ser errónea, esperamos que por exceso, pero implica una catástrofe humanitaria de dimensiones inimaginables.
Surge la pregunta: ¿cómo ha sido posible que el aborto, visto como un crimen hace un siglo en la mayoría de los países, se haya convertido ahora en algo legalizado en muchos lugares?
La respuesta es compleja, pues algunos países han aprobado el aborto por diferentes motivos. Por ejemplo, la URSS comunista, que legalizó el aborto en 1920, buscaba “liberar” a las mujeres para que estuvieran más presentes en el mundo laboral. La China comunista, por su parte, usó el aborto como un método para evitar el aumento de la población.
Los países considerados democráticos han llegado a aprobar el aborto desde una defensa errónea de la libertad, al considerar que la mujer podría decidir sobre su vida incluso en contra de la vida de otro ser humano, su hijo (hijo que, en un porcentaje de alrededor del 50%, sería niña).
Parecería casi imposible revertir la marcha ideológica que ha llevado a la difusión del así llamado “aborto legal”, porque muchos no tienen fuerza para contrarrestar esa marcha, y porque los defensores del aborto cuentan con dinero y apoyo de grupos de presión y de importantes medios informativos.
Pero el hecho del triunfo del aborto legalizado, incluso presentado como un derecho humano, no podrá nunca apagar la conciencia de quienes, como mujeres, un día optaron por matar a sus hijos.
El mundo necesita abrir los ojos para ver lo que ocurre en cada aborto, para denunciar el error de la muerte de tantos inocentes, y para ayudar a las mujeres para que no se sientan ni presionadas ni engañadas a abortar.
Con más ayudas a la maternidad, con más acompañamiento y cercanía a todas las madres, y con una cultura que promueva la dignidad y belleza del matrimonio y de la familia, será posible revertir la terrible marcha mundial a favor del aborto, y dar inicio a una esperada y urgente difusión de una cultura de la vida, como tantas veces defendió, proféticamente, san Juan Pablo II.
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