Por Rebeca Reynaud

Jesús está vivo y ama que le hablemos. Cuando cantamos hay una relación entre el hipotálamo y el cerebro y así podemos conectarnos con Dios. Este es un modo de hacer oración, compatible con la oración meditada.

La oración dialogada se hace así: Vamos a pedir que el Espíritu Santo se derrame en nosotros. Podemos buscar un lugar donde haya cierto silencio y que podamos estar solos con Jesús. Tomamos consciencia de que estamos en la presencia de Dios. Después, escoger una oración o un salmo que refleje lo que le quieres decir al Señor. Luego hay que sentir y entender cada palabra, saborearla y hacerla nuestra; podemos adaptar esa oración para que nuestros labios y nuestro corazón vayan a la par; podemos elevar nuestros ojos al cielo para dirigirnos a Dios Padre y pedirle algo en nombre de Jesucristo.

Ven Espíritu Santo que descendiste en mi Bautismo, quiero que me ayudes a ser consciente de que pertenezco a una estirpe real, que soy amadísimo por Dios. Inúndanos con tu gracia y ayúdanos a no dejarte esperando.

Se puede hacer un ejercicio para aprender este tipo bellísimo de oración. Leemos el Salmo 121 que dice: Alzo mis ojos a las montañas y me pregunto: ¿de dónde vendrá mi ayuda? Mi auxilio me viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra. No permitirá que tropiece tu pie, no duerme el que te guarda… El Señor es tu guardián, el Señor a tu derecha, es tu sombra protectora. De día no te dañará el sol, ni la luna de noche. El Señor te guarda de todo mal, guarda tu alma. El Señor guarda tus salidas y tus entradas, desde ahora y por siempre.

Se trata de escribir y dialogar este Salmo con Dios, de acuerdo a nuestras circunstancias. Lo que sigue es un ejemplo tomado, en parte, de Esther Bonnin: Al contemplar los árboles cercanos y las casas vecinas, me pregunto, ¿de dónde vendrá mi ayuda? Estos momentos son difíciles y calan mi corazón. A ti levanto mis ojos porque mi ayuda procede de Ti porque soy tu hija y me amas. Tu eres el dueño de cada montaña, de cada planta, de cada animal, de cada alma. No permitas que resbale ni que me duerma en mis laureles o que el orgullo me ciegue; hazme humilde. Quiero corresponder a tu gracia. Tú, Rey del universo, me cuidas, aunque yo piense que no. Todo es para bien porque el Señor está junto a mí. El sol no me dañará, y la luna tampoco. Me revisto de los méritos de Cristo y de los méritos de Santa María. Por último, te ruego que protejas a aquellos que amo, que protejas a todo este país, lo limpies con tu Preciosa Sangre y aumentes su fe. Gracias, Señor, y protege nuestro camino. Amén.

 
Imagen de Spencer Wing en Pixabay


 

Por favor, síguenos y comparte: