Por Cardemal Felipe Arizmendi Esquivel
HECHOS
¡Cuántos trastornos generan los bloqueos de calles y, sobre todo, de carreteras! Yo mismo los he sufrido varias veces. Hace años, allá en la costa de Chiapas, no dejaron pasar una ambulancia que llevaba una persona muy enferma y, a consecuencia de ello, falleció. Son incontables los casos de quienes pierden un juicio penal por no llegar a la hora citada. No se digan atrasos, inasistencias al trabajo o a la escuela, operaciones médicas que se tienen que reprogramar, pérdida de vuelos, etc., así como estrés, desesperación y mil complicaciones de quienes no pueden pasar y son retenidos por horas.
Sin embargo, muchos bloqueos son justificados, porque las autoridades correspondientes no atienden las justas demandas de la población. Por ejemplo, el INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) no reparaba un templo en Bachajón, Chiapas, considerado monumento nacional y dañado por un sismo. La comunidad hizo varias peticiones escritas y personales para que se atendiera el asunto, pero no se les hacía caso. Hasta que uno de los mismos directivos locales del Instituto aconsejó a los indígenas que bloquearan las carreteras, porque sólo así se les atendería. Así se hizo, y el templo fue reparado.
Estos ejemplos se podrían multiplicar por millares; algunas autoridades sólo así atienden los reclamos de la comunidad. Con todo, no es la mejor solución, por los daños colaterales que ese proceder genera en tantas gentes ajenas al problema y que nada pueden hacer para resolverlo.
¡Ojalá nuestras autoridades estuvieran más pendientes de las quejas de la comunidad, para evitar mayores daños a la población! Lo podrían hacer mejor si no anduvieran en tantos eventos sociales y políticos con las autoridades superiores, sólo por quedar bien y no perder méritos para seguir escalando en puestos.
Mi papá y otros vecinos, cuando aún no había luz eléctrica en mi pueblo, cada ocho días se presentaban ante la Comisión Federal de Electricidad, viajando tres o cuatro horas a Toluca, para solicitar la electrificación. Pasaban semanas y meses, y nada. Nunca tomaron la iniciativa de bloquear. Se resolvió cuando, después de tantas insistencias, los responsables dijeron a mi papá y a los demás: “Con tal de que ya no vengan a molestar tanto, haremos lo que piden”. Y se electrificó el pueblo. Nunca dañaron a otras personas que nada tenían que ver en el asunto.
Lo mismo me pasó con una petición que yo hacía al Dicasterio para el Culto Divino y la Disciplina para los Sacramentos, en Roma. Cuando yo preguntaba cuál era su respuesta, me decían: El día que su documento llegó aquí, estaba encima del montón de asuntos que debemos atender; a la semana siguiente, estaba más abajo; después de un mes, estaba muy abajo; después de algunos meses, ¡quién sabe dónde quedó! Por eso, me decían: insista, para que lo tomemos en cuenta. Después de algún tiempo, aceptó mi petición.
ILUMINACIÓN
El Papa Francisco, en su exhortación Evangelii gaudium, afirma:
“La inequidad genera tarde o temprano violencia. La represión violenta, más que aportar soluciones, crean nuevos y peores conflictos. Algunos simplemente se regodean culpando a los pobres y a los países pobres de sus propios males, con indebidas generalizaciones, y pretenden encontrar la solución en una ‘educación’ que los tranquilice y los convierta en seres domesticados e inofensivos. Esto se vuelve todavía más irritante si los excluidos ven crecer ese cáncer social que es la corrupción profundamente arraigada en muchos países –en sus gobiernos, empresarios e instituciones– cualquiera que sea la ideología política de los gobernantes” (EG 60).
ACCIONES
Antes de decidir bloquear calles o carreteras, hay que agotar medidas pacíficas que no dañen a la comunidad. Y si no hay otro método, hay que encontrar formas de causar el menor problema a la sociedad inocente y que nada tiene que ver en el asunto.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 21 de septiembre de 2025 No. 1576