Por Carlos Garfias Merlos, Arzobispo de Acapulco |

Hoy celebramos, después de 50 días de la Pascua, la solemnidad de Pentecostés, en la que conmemoramos la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, dando origen a la Iglesia como prolongación de la misión de Jesucristo de Evangelizar a lo largo de la historia. La presencia y la acción del Espíritu Santo, sustenta la vida de la Iglesia y toda su acción en el mundo como la misión que realiza al servicio de Dios y de su Plan de Salvación. En esta ocasión, las comunidades eclesiales celebramos nuestra más honda identidad en medio de las circunstancias que nos toca vivir, identidad que renueva siempre la acción del Espíritu Santo en y a través de la Iglesia.

La fe nos da la firme convicción de que el Espíritu Santo conduce a la Iglesia en su conjunto para que pueda cumplir su misión en todos los contextos humanos que le toca vivir. Más allá de los límites humanos que incluyen las fallas de los miembros de la Iglesia, el Espíritu Santo acompaña a la Iglesia en las acciones de evangelización a favor del Pueblo de Dios, que implementan la educación cristiana de las conciencias, la construcción de la paz, la construcción de una ciudadanía responsable, la atención integral a las víctimas de la violencia, la predicación de la esperanza en tiempos de crisis, el servicio a los más pobres y desprotegidos, entre otras. Por ello, la Iglesia camina confiada en esta asistencia permanente del Espíritu Santo y por esto, celebramos en las parroquias con gran fervor y esperanza esta gran fiesta, después de la vigilias de oración con las que la preparamos.

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