Por Sergio GUZMÁN SJ |

En 1820, en el Medio Oeste americano, el trampero Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) resulta gravemente herido después del ataque de una osa grizzly. Al ver su estado de salud y la dificultad de llevarlo consigo en pleno invierno, el capitán de la expedición Andrew Henry (Domhnall Gleeson) se ve obligado a abandonarlo en el bosque con su hijo mestizo Hawk (Forrest Goodluck) y dos de sus hombres: el joven Jim Bridger (Will Poulter) y el ex militar John Fitzgerald (Tom Hardy). Fitzgerald asesina a Hawk frente a un inmóvil Glass, y le miente a Bridger para dejar a su suerte a Glass a quien ya dan por muerto. Sorprendentemente éste se repone de sus heridas y comienza una odisea para tratar de sobrevivir en un territorio hostil y a un invierno brutal.

Lo que podría ser una película más de aventura y sobrevivencia se convierte de la mano de Alejandro González Iñarritu en un viaje espiritual. Con unas imágenes fotografiadas con luz natural por Emmanuel Lubezki, con un esfuerzo actoral digno del Oscar de Leonardo DiCaprio, con una banda sonora sobrecogedora, con algunos silencios y planos oscuros; podemos introducirnos al alma del personaje, escuchar los latidos de su corazón, ver a través de sus ojos y ser testigos de esa lucha interna y externa por renacer, por seguir vivo. Como lo ha hecho en sus otras películas comoAmores Perros (2000), 21 Gramos (2003) o Birdman (2014) este «cineasta de brocha gorda» (como él mismo se define) nos invita a un viaje realista, íntimo, poético donde podemos reflexionar sobre la muerte y la vida, sobre la fragilidad y fortaleza del ser humano, sobre el sentimiento de venganza y la persistencia del amor. En una entrevista para la Revista Cine Premiere, Gozánlez Iñarritu declaró a propósito de El renacido: «Mi idea era llevar una anécdota de sencillez bíblica a una dimensión espiritual y a toda una serie de contextos históricos, políticos y emocionales, que son los que me interesan. Para mí es un film luminoso, con una dimensión espiritual».

La palabra revenant que da título a este sexto largometraje del director mexicano significa «el que regresa de la muerte o renace». Y efectivamente, el personaje Hugh Glass con quien desde un comienzo nos conectamos, identificamos y dolemos, es alguien que regresa de la muerte y renace ante cada prueba. Cuando sus compañeros que debían cuidarlo lo dan por muerto y medio lo entierran en una fosa, Glass renace de la tierra y sale de ese pozo arrastrándose. Cuando Glass puede ponerse en pie y es perseguido por los indios, Glass se arroja al caudaloso y helado río y nuevamente renace del agua. Cuando Glass muere de hambre y ve a un nativo que come carne cruda de búfalo, Glass vuelve a nutrirse y a renacer por la comidacompartida. Cuando Glass puede morir por sus heridas abiertas e infectadas, Glassrenace por el fuego que purifica y cauteriza cuando él mismo se cura y luego es auxiliado por un curandero. Cuando viene la tormenta y el frío es insoportable, Glass abre el vientre de un caballo, saca las entrañas y se mete desnudo al animal para protegerse. A la mañana siguiente, Glass despierta y renace de la carne. Cuando parece que Glass ha perdido todo: esposa, hijo, amigos… Glass vuelve a renacer cuando se imagina o se aparece el espíritu de su esposa: Glass renace del espíritu y sigue caminando.

            El argumento de la película podrá ser simple como algunos relatos bíblicos o parábolas que encontramos en los evangelios (el mismo director reconoce la «sencillez bíblica» de su historia); pero el mensaje, el contenido teológico-espiritual, va mucho más allá y permite muchas lecturas. Al ver la película, al detenernos en un plano, en una frase o en un gesto… podemos ir a muchos ritos de iniciación, mitos fundacionales y experiencias fundantes que encontramos en la Sagrada Escritura. Después de ver la película puede ser interesante y provechoso adentrarnos en el diálogo de Jesús y Nicodemo sobre el Bautismo (cfr. Jn 3, 1-21). Dejémonos tocar por algunas imágenes de la película que tienen que ver con la tierra, el agua, la piel, la carne, el fuego, el viento. Dejémonos interpelar por las palabras Jesús a Nicodemo: «Yo te aseguro que nadie puede entrar en el reino de Dios, si no nace del agua y del Espíritu […] El viento sopla donde quiere; oyes su rumor, pero no sabes ni de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con el que nace del Espíritu […] Si no me creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo van a creerme cuando les hable de las cosas del cielo» (v. 5-12).

            El Renacido nos habla de las cosas de la tierra, de la naturaleza, de la lucha de un hombre por sobrevivir; pero a la vez, si nos abrimos al Espíritu, nos habla de Dios, de las cosas del cielo, de esa fuerza que viene de lo alto y nos ayuda a renacer.

 

 

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