Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

23 de septiembre

Hoy celebramos la memoria de san Pío de Pietrelcina, nacido en Italia en 1887. A los 16 años ingresó al convento Franciscano Capuchino. El maestro de novicios testificó que fue siempre un novicio ejemplar, puntual en la observancia de la regla y nunca daba motivo para ser reprendido.

En 1910 fue ordenado sacerdote, y, por motivos de salud permaneció en su familia hasta 1916. Allí, en su pueblo natal, recibió por primera vez los estigmas; las llagas en manos y pies mediante las cuales Jesús le permitió participar físicamente de su Pasión. El P. Pío llevó estos estigmas en su cuerpo durante 50 años.

En septiembre del mismo año fue enviado al convento de San Giovanni Rotondo, donde permaneció hasta su muerte. Durante la Primera Guerra Mundial sirvió generosamente en el cuerpo médico italiano (1917-1918).

La noticia de que tenía los estigmas se extendió. Muy pronto miles de personas acudían a San Giovanni Rotondo para verle, besar sus manos, confesarse con él y asistir a sus misas. Entonces, la Santa Sede intervino y basándose en los informes de un prestigiado perito en psicología experimental, publicó un decreto por el cual declaraba la poca constancia en la sobrenaturalidad de los hechos y prohibió las visitas al padre Pío o mantener alguna relación con él, incluso epistolar. Sin embargo, “estas incomprensiones momentáneas con diversas autoridades eclesiales no alteraron su actitud de filial obediencia”.

A raíz de la Segunda Guerra Mundial, el padre Pío fundó Grupos de oración que se multiplicaron por Italia y el mundo. “Reza, espera y no te preocupes –decía– La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración… La oración es la llave al corazón de Dios”.

En 1940 fundó con la ayuda de algunos amigos el hospital Casa Alivio del sufrimiento, con la finalidad de ofrecer un servicio integral al enfermo, tanto espiritual como físicamente. “Para alcanzar nuestro fin último –escribió– es necesario seguir al divino Guía, que quiere conducir al alma elegida sólo a través del camino recorrido por él, es decir, por el de la abnegación y el de la cruz”.

El 22 de septiembre de 1968, el padre Pío fue llamado a la vida eterna. Al morir desaparecieron los estigmas. En 2002, el Papa Juan Pablo II lo proclamó santo, pidiéndole lo que hoy también podemos pedirle nosotros: “padre Pío, ayúdanos a orar sin cansarnos jamás, con la certeza de que Dios conoce lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos… Alcánzanos una mirada de fe capaz de reconocer prontamente en los pobres y en los que sufren el rostro mismo de Jesús”.

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