Estamos en la recta final del mes de septiembre, al que algunas comunidades eclesiales cristianas llaman «el mes de la Biblia». La intención de fondo no es que ésta sea una simple celebración o recordatorio de que existe, sino de promover, con mayor intensidad, su lectura y reflexión, de tal manera que ilumine la vida de los creyentes y le dé sentido.
¿Por qué mes de la Biblia?
Para los católicos es el mes de la Biblia porque el 30 de septiembre es el día de San Jerónimo, el hombre que dedicó su vida al estudio y a la traducción de la Biblia al latín. Nació en Dalmacia, cerca del año 340 y murió en Belén el 30 de septiembre de 420. San Jerónimo tradujo la Biblia del griego y el hebreo al latín. La traducción al latín de la Biblia hecha por San Jerónimo, llamada la Vulgata (de vulgata editio, «edición para el pueblo»), ha sido hasta la promulgación de la Neo-vulgata en 1979, el texto bíblico oficial de la Iglesia católica romana.
Los protestantes, celebran el mes de la Biblia porque el 26 de septiembre de 1569 se terminó de imprimir la primera Biblia traducida al español por Casiodoro de Reina llamada «Biblia del Oso». Se llamaba así porque la tapa de esta Biblia tenía un oso comiendo miel desde un panal. Esta traducción, que posteriormente fue revisada por Cipriano de Valera, dio origen a la famosa versión «Reina-Valera».
Leer y vivir
Recientemente el obispo brasileño Canísio Klaus, en un artículo publicado en la página de la Conferencia Nacional de los Obispos del Brasil (CNBB), señalaba que, conscientes de que la Biblia no es valorada del todo por el pueblo católico, los obispos de aquel país adoptaron, en 1971, el mes de septiembre como «mes de la Biblia» para animar a los fieles a adquirir su Biblia y organizar círculos de estudios bíblicos.
Cuenta el obispo, que en noviembre de 1965, al final del Concilio Vaticano II, Pablo VI promulgó la Constitución Dogmática Dei Verbum, que afirma que «toda predicación eclesiástica, como la propia religión cristiana, debe ser alimentada y regida por la Sagrada Escritura», que constituye «alimento del alma y perenne fuente de vida espiritual» (n. 21). Él recuerda que el Concilio retomó la afirmación de San Agustín de que «ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo», y por eso hizo una invitación a los cristianos para que se acercasen al texto sagrado «por la Sagrada Liturgia, por la piadosa lectura y por cursos bíblicos».
Citando a Santo Ambrosio, alertó sobre la necesidad de que la lectura de la Sagrada Escritura venga acompañada por la oración, «pues a Dios hablamos cuando rezamos y a Él oímos cuando leemos los divinos oráculos». Para Monseñor Canísio, a partir del Concilio la Iglesia comenzó a incentivar a las familias a tener su Biblia en casa, y por eso hoy ya son pocas las familias católicas que todavía no tienen una.
Pero «tener la Biblia en casa, no es suficiente para un cristiano. Es preciso también leer lo que en ella está escrito. Y la lectura no puede ser hecha de la misma forma como se lee un diario o un romance policial. La Biblia debe ser leída en clima de oración y con el corazón dirigido a Dios, prestando atención al mensaje que Él nos quiere pasar», enfatiza el obispo brasileño.
Según el prelado, colocar en práctica lo que la Biblia propone es el gran desafío para los cristianos. Por eso invita a aprovechar la gracia del mes de septiembre para crear mayor familiaridad con la Palabra de Dios, buscando darle un lugar de destaque en nuestras casas y sacar algunos minutos del día para leer algún texto bíblico. «Si tenemos oportunidad, participemos de círculos y estudios de la Biblia que varias parroquias nos están ofreciendo. Por encima de todo coloquemos en práctica lo que la Palabra de Dios nos propone. A ejemplo de la madre de Jesús, ‘que guardaba todo en su corazón’, guardemos la Palabra de Dios, meditando sobre aquello que ella nos propone», concluye.