Por EugenioLira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

2 de octubre

Hoy celebramos a los santos ángeles custodios. La palabra “ángel” proviene del griego “ággelos”, mensajero. Los ángeles, de cuya existencia da testimonio la Biblia y la Tradición de la Iglesia, han sido creados por Dios, como seres puramente espirituales e inmortales, dotados de inteligencia y voluntad.

Los ángeles son servidores y mensajeros de Dios (cfr. Sal 103, 20). Por eso, la Iglesia les tributa un culto de veneración, que en primera instancia se dirige a su creador: Dios (cfr. Hch 5, 18-20). Ellos, como lo expresa el propio Jesús (cfr. Mt 18,10), son una manifestación del cuidado amoroso que Dios tiene hacia nosotros. «Cada fiel –explica san Basilio– tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida». De esta manera, como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, podemos participar, ya desde esta tierra, en la sociedad bienaventurada de los ángeles y de los hombres, unidos en Dios.

El salmista exclama que el Señor, “ha dado órdenes a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos” (Sal 91,11). Meditando esta verdad, san Bernardo nos dice: “Estas palabras deben inspirarte una gran reverencia…. y conferirte una gran confianza… Están presentes para protegerte… en beneficio tuyo. Y, aunque lo están porque Dios les ha dado esta orden, no por ello debemos dejar de estarles agradecidos”.

La devoción a los ángeles nos conduce a adorar y amar a su creador: Dios, quien los ha enviado para protegernos, aconsejarnos y guiarnos a Él, en quien la vida se hace plena y eterna. Los ángeles, mensajeros de Dios, nos ayudan a comprender que nunca estamos solos ¡jamás! ni siquiera en los momentos más difíciles. A través de ellos, el Señor nos muestra su amor, su cercanía, su interés particular por cada uno de nosotros.

“Seamos, pues, devotos y agradecidos a unos guardianes tan eximios –aconseja san Bernardo–  correspondamos a su amor…. Sin embargo, no olvidemos que todo nuestro amor y honor ha de tener por objeto a aquel de quien procede todo… gracias al cual podemos amar y honrar, ser amados y honrados”.

Los ángeles nos conducen a Dios. Por eso, “aunque nos queda por recorrer un camino tan largo y tan peligroso –concluye san Basilio– nada debemos temer bajo la custodia de unos guardianes tan eximios. Ellos, los que nos guardan en nuestros caminos, no pueden ser vencidos ni engañados, y menos aún pueden engañarnos. Son fieles, son prudentes, son poderosos: ¿por qué espantarnos? Basta con que los sigamos, con que estemos unidos a ellos, y viviremos así a la sombra del Omnipotente”.

 

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