Por Fernando Pascual, sacerdote

La propuesta atribuida a Sócrates todavía es defendida por algunos pensadores: bastaría con saber para obrar de modo correcto. En otras palabras: con más libros, más escuelas, más acceso a Internet, la gente se comportaría mejor. De verdad, ¿es suficiente una buena información para que desaparezcan delitos, egoísmos y comportamientos inmorales?

La historia muestra, y la experiencia personal confirma, que muchas veces uno tiene claro lo que está bien y lo que está mal. Luego, y a pesar de lo claro que ve todo, opta por el camino equivocado. En palabras cristianas, según la famosa página de san Pablo: no hacemos el bien que queremos, sino el mal que detestamos (cf. Rm 7,15-24).

¿Por qué ocurre esto? Los motivos son numerosos y las situaciones muy diferentes. A veces por costumbre. Otras porque el placer inmediato nos encandila. Otras por miedo a los demás. Otras simplemente porque queríamos experimentar lo que ocurre después de una transgresión.

Lo que sí está claro es que cada opción por el mal, por el pecado, nos daña a nosotros mismos y, de modos insospechados, a otros seres humanos (cercanos o lejanos).

Por eso es tan importante descubrir caminos que nos confirmen en los buenos propósitos, que refuercen nuestra opción por ese bien que está ante nuestros ojos y que nos aparten del mal que nos destruye.

Desde luego, el conocimiento es un requisito imprescindible si queremos hacer algo realmente bueno. Miles de actos negativos y dañinos nacen del desconocimiento, un desconocimiento que a veces es culpable y otras veces no. Por eso es tan importante superar cualquier idea errónea sobre el bien y la justicia para tener una visión clara de cuáles son los deberes a realizar y el camino que conduce hacia el amor verdadero.

Tal conocimiento se consigue, de modo especial, con el estudio, los consejos de un buen amigo, y una atenta reflexión para escuchar esa voz de la conciencia en la que nos habla Dios. En lo que se refiere al estudio, la Biblia resultará un compañero importante de camino, según la explicación que sobre la misma ofrece la Iglesia católica.

Pero luego, a la hora de acometer cada acto concreto, no podemos dejar de lado la acción de la gracia. La gracia ya trabaja al iluminar nuestras mentes y al ayudarnos a reconocer lo bueno, lo agradable, lo perfecto (cf. Rm 12,2). Además, la gracia fortifica nuestra voluntad hasta el punto que podemos repetir, como san Pablo, “todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Flp 4,13-14).

Dejarse iluminar y fortalecer por Dios: ese es el camino seguro para construir un mundo menos violento, más justo, más acogedor, más bello. ¿Un sueño? Para muchos, sí. Pero hay sueños buenos que se hacen realidad gracias a corazones generosos. Corazones que se dejan guiar por Dios y que se levantan (es parte del realismo cristiano) con nuevo entusiasmo después de esas caídas que no desaniman a quien sabe que la misericordia es mucho más fuerte que el pecado.

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