Por Fernando Pascual, sacerdote|
Para algunos, la historia es un proceso irreversible. Unos cambios permiten la sustitución, incluso la suplantación, de estructuras y mentalidades del pasado por otras diferentes. Esa sustitución “avanzaría” hacia metas nuevas, normalmente mejores, según un proceso irreversible: no existirían pasos hacia atrás, no se regresaría nunca hacia el pasado.
La idea de la irreversibilidad de la historia está unida a la idea del progreso, según la cual la humanidad caminaría desde estados “inferiores” hacia estados “superiores”. Los segundos sustituirían a los primeros de modo irremediable y definitivo.
¿Es correcta esta posición? ¿La humanidad “avanzaría” de modo irreversible y siempre hacia lo mejor? En realidad, la historia, en cuanto narración de hechos, no distingue entre positivo y negativo, entre progresos y regresiones, entre mejoras y empeoramientos. En otras palabras, la historia constata lo que ocurre, no dice si lo nuevo resulta mejor o peor que lo viejo.
Desde luego, quien vive en el presente puede suponer, desde principios más o menos discutibles, que su situación actual sea mejor que la del pasado. Pero esa suposición puede ser equivocada, sea porque no se conoce bien el pasado, sea porque los presupuestos para considerar el presente como “progreso” sean desenfocados.
Otro aspecto a tener en cuenta es que la libertad humana puede llevar a individuos y a grupos a decisiones destructivas. Si se compara el tenor de vida y el “progreso” de la Alemania de 1933 con la Alemania de 1945, salta a la vista la enorme “regresión” en los niveles de vida y en el respeto hacia importantes principios éticos de aquel pueblo europeo.
Algo parecido puede ocurrir a nivel individual. Un joven que tuvo la suerte de nacer en una familia acomodada, que recibió una enseñanza sana y de calidad, puede un día optar por estilos de vida destructivos: basta con una fuerte adicción a la droga o a las bebidas alcohólicas para que inicie un proceso dañino en su vida personal y, muchas veces, en la vida de quienes están más cercanos.
No existe, por lo tanto, ninguna historia irreversible. Cada individuo y cada pueblo escriben, desde las decisiones del presente, su camino. Ese camino puede dirigirse hacia el mal, la injusticia, la mentira; o hacia el bien, la justicia, la verdad.
Entonces, resulta necesario tomar conciencia de la importancia de la dimensión histórica de toda existencia personal y comunitaria para buscar, antes de tomar una decisión, dónde se encuentren aquellos principios que permiten conquistar un auténtico progreso humano, para el tiempo y para la eternidad.