Por Raúl Lugo Rodríguez |
La palabra holocausto me produce escalofrío. No me refiero, desde luego, al sacrificio descrito por el libro del Levítico (1,1-17) y que consistía en despedazar un ganado mayor o menor y luego prender fuego a los trozos sobre el altar del Templo de Jerusalén hasta su completa consumación para apaciguar a Dios con el olor de la carne quemada, sino al significado que ha asumido después de la Segunda Guerra Mundial: al drama de más de seis millones de judíos exterminados en los campos de concentración y las cámaras de gas y de cientos de miles de polacos, homosexuales y Testigos de Jehová exterminados con la misma saña en tiempos del nazismo.
Por eso, la primera vez que escuché la palabra holocausto para describir el fenómeno de la migración centroamericana en su paso por tierras mexicanas, el corazón se me estremeció. ¿Podía utilizarse un concepto tan estrujante para describir la tragedia de los miles de hondureños, haitianos, guatemaltecos, salvadoreños… que atraviesan el infierno mexicano en busca de llegar a la frontera norteamericana? ¿Estamos en la presencia de un holocausto migratorio?
Los relatos, repetidos hasta el cansancio, que encontré en La 72. Casa-hogar para migrantes, en Tenosique, Tabasco, terminaron por convencerme de la pertinencia del uso de la palabra holocausto para referirnos a los dolores y la muerte de cientos de miles de migrantes que atraviesan nuestro país. Pero no solamente a ellos/as: las noticias venidas de la isla de Lampedusa, en territorio italiano, puerta de entrada a la Europa continental para miles de emigrantes provenientes del continente africano, muestran con claridad que el holocausto migratorio, aunque tenga características precisas y espeluznantes en nuestra patria, es parte de una situación mundial en el que el fenómeno de la movilidad humana es castigado sistemáticamente con secuestros, comercio ilegal, bandas de crimen organizado, corrupción de las autoridades migratorias, renacimientos de las xenofobias y racismos de todo tipo. Y las víctimas se cuentan por millones.
La muerte de varias decenas de personas provenientes de Somalia y otros países africanos en un transporte marítimo que trataba de llegar a la isla de Lampedusa y la reciente entrega del Premio de derechos humanos Gilberto Bosques a Fray Tomás González, director de “La 72”, uno de las decenas de albergues que dan atención humanitaria y luchan por los derechos humanos de los migrantes, son acontecimientos que vienen a poner de nuevo sobre el tapete de la discusión una realidad de muerte cotidiana que nos negamos a ver: una auténtica tragedia que pone en cuestión el modelo civilizatorio que hemos construido.
Me encantaría conocer a Óscar Martínez. Es un joven periodista y escritor de apenas 30 años. Sus textos pueden leerse con frecuencia en el portal digitalElFaro.net. De este portal electrónico ha dicho el novelista y ensayista Francisco Goldman: “Fundado en 1998, la sede de este primer diario en línea de América Latina está en San Salvador… Lo fundaron dos jóvenes salvadoreños educados en el extranjero, hijos de exiliados políticos. Cuando volvieron a su país lo encontraron devastado por la guerra… y decidieron que era posible hacer un periodismo de avanzada. ¿Qué es el periodismo de avanzada? Aquel que se atreve a escribir sobre aquello de lo que nadie se atreve a escribir, al menos no de manera concienzuda y minuciosa. El que se acerca lo más posible a los temas y a los individuos, tomando el tiempo que sea necesario para lograrlo y luego, de alguna forma, sabiendo cómo aprovechar al máximo aquello que se descubrió: capturar la forma en que hablan los mareros, su jerga, sus gestos, como si el escritor mismo desde siempre hubiera pertenecido a la mara”.
A esta clase de periodismo de avanzada se dedica Óscar Martínez. Viene esto a colación porque Óscar se ha dedicado a recorrer varias veces la ruta de los migrantes centroamericanos atravesando México, y nos ha regalado, con su visión crítica y su precisa y fina prosa, crónicas y reportajes estremecedores sobre los sufrimientos que tienen que enfrentar los hombres, mujeres y niños que atraviesan el infierno llamado México en su ruta hacia la frontera norte.
Óscar Martínez ha publicado el libro Los migrantes que no importan (Oaxaca, Sur, 2012). Tenía poco más de veinte años cuando lo escribió. Goldman señala a propósito de esta obra: “lo hace muy, muy bien, con vivacidad, precisión exactitud, con una moderación y una reserva que han de haber sido muy difíciles de sostener si se considera la furia que a menudo sentía el autor ante los eventos que presenciaba”.
El número 175 de la revista Letras Libres, correspondiente al mes de julio de 2013 y titulado “La frontera de la vergüenza”, nos trae una probadita de la desgarradora crónica que Óscar Martínez hace del sufrimiento migrante. En seis crudas escenas que llenan de horror y rabia, Martínez desnuda la culpabilidad del Estado mexicano, la operación de las bandas criminales y su complicidad con las instancias de política migratoria mexicanas, la inutilidad de los mecanismos de denuncia… Si los relatos orales escuchados de viva voz en algunas de mis vistas a “La 72” no hubieran sido suficientes, los relatos escritos, bien escritos, de Óscar Martínez habrían acabado por convencerme de que estamos frente a una realidad que bien puede ser denominada como holocausto. Y nosotros… tan campantes.
Échenle, si quieren, un ojo a los relatos de Martínez (www.letraslibres.com). Les aseguro que la visión que tienen ustedes del fenómeno migratorio, pacientes lectores y lectoras de estas líneas, no volverá a ser la misma.