Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM /
Todos anhelamos ser felices. Y aunque existan muchas formas de entender la felicidad, algo nos dice que ésta resulta de sentirnos amados y de dar amor ¡Así lo expresan hasta las tarjetas del Día del amor y la amistad! Por eso intuimos una relación entre Dios y la dicha que anhelamos; algo nos dice que ese Dios, autor de cuanto existe, es un Dios amor, que quiere lo mejor para nosotros.
De ahí que nos sintamos impulsados a buscarlo, como anuncia el profeta: “los habitantes de una ciudad irán a ver a los de la otra y les dirán: Vayamos a orar ante el Señor”. Podemos hacerlo porque Él se nos ha acercado haciéndose uno nosotros en Jesús, para que toda la tierra conozca su bondad y su obra salvadora. Lo único que necesitamos para alcanzar la libertad del pecado y la vida plena y eternamente feliz que nos ofrece es que creer en Él, como explica san Pablo.
Quien cree en Él, se hace sensible al anhelo de felicidad de la esposa, del esposo, de los hijos, de papá, de mamá, de los hermanos, de la suegra, de la nuera, de la novia, de los compañeros de estudio o de trabajo, de los más necesitados ¡de todos! Y así es capaz de escuchar a Jesús que nos pide: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio”.
La Jornada Mundial de las Misiones que hoy celebramos nos ayuda a tomar conciencia de este maravilloso encargo. “Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de ser amado por Dios, el gozo de la salvación”, nos dice el Papa Francisco ¡Por eso todo bautizado es misionero! Usted señor. Usted señora. Tu joven. Ustedes niños ¡Todos somos llamados y enviados a comunicar al mundo el amor de Dios!
Esta tarea se hace urgente en una época en la que muchas personas se sienten solas, sin sentido y desesperanzadas frente a un mundo contaminado, injusto y violento ¡Unidos como Iglesia, anunciemos y testimoniemos a Cristo, que nos muestra que el auténtico poder capaz de vencer al mal y a la muerte es el amor! ¡Sólo el amor nos orienta y da fuerza para construir un mundo donde a todos se haga posible un desarrollo integral! ¡Sólo el amor hace la vida plena y eternamente dichosa!
Fiados en Jesús comprobaremos las maravillas que Dios puede hacer en nosotros y a través de nosotros, como comenta san Gregorio Magno reflexionando en las promesas del Señor: arrojaremos al demonio del corazón de quienes se han dejado seducir y esclavizar por él; hablaremos la lengua nueva y universal del amor; dominaremos a la serpiente de la malicia; beberemos el veneno de los malos consejos y no nos dejaremos llevar por ellos; sanaremos a los enfermos de pobreza, soledad, sinsentido, confusión o desesperanza.
Pero ¿por dónde comenzar? Por casa y el noviazgo, y de ahí a los amigos, a los compañeros de estudios o de trabajo, a la gente con la que tratamos y a los más necesitados. ¿Cómo? Con nuestra oración, nuestras palabras y nuestras obras, proponiéndonos lo que la Patrona de las Misiones, santa Teresita del Niño Jesús: “En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor”.
“La Iglesia –comenta el Papa Francisco– es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir esta experiencia de profunda alegría”. Algunas de estas personas han dejado su tierra y su familia para llevar el Evangelio a pueblos lejanos. Apoyémosles con nuestra oración y nuestra ayuda, para que puedan comprobar que no están solos, sino que forman parte de un solo Cuerpo: la Iglesia, donde todos podemos y debemos ser discípulos y misioneros de Cristo ¡Vale la pena!