Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM /

1 de octubre

Hoy celebramos a santa Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, una de las santas más conocidas y amadas. Sus escritos, publicados después de su muerte, han ayudado a tantas personas a vivir en plenitud, que en 1927 Pío XI la nombró patrona de las misiones y en 1997 Juan Pablo II le otorgó el título de doctora de la Iglesia.

Teresita fue una “experta en la ciencia del amor”, como lo vemos en el relato de su vida, publicado un año después de su muerte bajo el título de Historia de un alma, libro que ha tenido un enorme éxito en todo el mundo. Benedicto XVI explicaba que Historia de un alma es una maravillosa historia de Amor, ya que deja ver cómo santa Teresita vivía plenamente el Evangelio cada día.

Nacida en 1873 en Francia, Teresita fue la hija menor de Luis y Celia Martin, beatificados en 2008. Ella y sus cuatro hermanas se hicieron religiosas. Cuando tenía 4 años, murió su madre, lo que con el tiempo influyó en una enfermedad nerviosa, de la que se curó por una gracia divina.

Siendo una adolescente de 14 años, tuvo noticia de un criminal condenado a muerte que no estaba dispuesto a arrepentirse de sus pecados. Entonces, comenzó a hacer mucha oración por él, confiándolo a la misericordia infinita de Jesús.

En noviembre de 1887, fue en peregrinación a Roma con su padre. Al pasar frente el Papa León XIII, la joven, que apenas contaba con 15 años de edad, pidió permiso al Pontífice de entrar como religiosa en el Carmelo, deseo que vio cumplido un año después.

Pero al poco tiempo, su padre comenzó a sufrir una dolorosa enfermedad mental. Entonces, Teresita encontró consuelo, luz y fuerza en la contemplación de Jesús en su Pasión. Consciente de que sólo Dios puede hacer la vida plena y eterna, pronunció sus votos con los que buscaba seguir a Jesús pobre, casto y obediente, convencida de que ser religiosa significa ser esposa de Jesús y madre de las almas.

Diez años después comenzó a padecer una enfermedad que la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos físicos y espirituales. Pero ella comprendió que, como ha dicho el Papa Francisco, los cristianos podemos darle sentido al sufrimiento, y convertirlo en entrega confiada en Dios, que no nos abandona, y de crecimiento en la fe y en el amor.

De esta manera, pidiendo la ayuda de la Virgen María, unió sus padecimientos a los de Cristo, ofreciéndolos por la salvación de los ateos del mundo moderno, y vivió el amor en las cosas pequeñas de la vida diaria. “Oh Jesús, amor mío –escribió– En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor”.

Teresita murió el 30 de septiembre de 1897, exclamando: “¡Dios mío, te amo!”. Ojalá como ella vivamos intensamente cada día unidos a Dios en su Iglesia, procurando ser amor para la familia, para los amigos, para los compañeros de estudio o de trabajo, para los más necesitados y para la gente que  nos rodea. Así nuestra vida será plena y eternamente feliz.

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