Por Juan Gaitán |

La fe cristiana no es un simple estar convencido de algo, un simple adherirse a una verdad, más bien es un encuentro, ¡un encuentro amoroso con una persona viva que redimensiona nuestra existencia! La fe es una amistad, la amistad con Dios, tanto del pueblo, como de cada individuo que se deja transformar por Él. ¡La fe es una historia de amor!

Esta historia amorosa de salvación, de liberación, se viene construyendo desde tiempos remotos. Abraham se nos presenta como modelo: A él, como a cada uno de nosotros, Dios comunica una llamada y una promesa, invita a abrirse a una vida nueva, a fiarse de la roca firme que es la Palabra, aceptando cualquier sacrificio por grande que sea, con la seguridad de que “Dios proveerá” (Gn 22, 8). Abraham es consciente de que “la fe ‘ve’ en la medida en que camina” y que puede estar seguro de que “su vida no procede de la nada o la casualidad, sino de una llamada y un amor personal”. (Cfr. Lumen fidei, nn. 8-11)

Este caminar, entonces, es una historia de amor, pero como la experiencia nos dice, toda relación de amor tiene sus altas y sus bajas. El Pueblo de Israel experimentó cómo Dios se mantiene siempre fiel a su Alianza, mientras que los hombres caemos en la tentación de la incredulidad, volviendo a las “seguridades” que ofrece el mundo.

Así pues, podemos percatarnos de la necesidad de poner medios en nuestra vida para reavivar las relaciones de amor, ¡especialmente la fe! El papa Benedicto XVI, consciente de esto, convocó en octubre de 2011 a un Año de la fe, que habrá de terminar el próximo 24 de noviembre, solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, con la finalidad de redescubrir y renovar la alegría y el entusiasmo que provoca encuentro con Cristo. (Cfr. Porta fidei, n. 2)

Este Año de la fe ha querido ser un medio para volver nuestra mirada a esa historia de amor, y así reconocer el paso de Dios por nuestra vida; un medio para redescubrir ese llamado, como el de Abraham, a confiar en su Palabra que nos compromete a cambiar nuestros viejos criterios de pensamiento y de acción, por otros nuevos que vayan conforme al mensaje de Jesucristo. (Cfr. Porta fidei, n. 7)

Nos encontramos a menos de tres semanas de la finalización del Año de la Fe y es buen momento para preguntarnos: ¿A lo largo de este año he reavivado mi relación con Dios y mi amor al prójimo? ¿He dejado mis viejos criterios de pensamiento y de acción por unos nuevos surgidos de la profundidad de mi historia de amor con Dios?

En ocasión de la clausura de este Año, habrá muchas y muy diversas celebraciones de Fe en nuestras comunidades. Serán medios maravillosos que podremos aprovechar para volver a la alegría de creer en Dios que nos llama a una vida feliz, bienaventurada. No desaprovechemos estas últimas actividades que la Iglesia nos propone como medio, como impulso para volver nuestro corazón a Dios. Así como Abraham, no tengamos miedo de creer en quien nos saca de nuestras falsas seguridades, porque “la fe sólo crece y se fortalece creyendo.” (Porta fidei, n. 7)

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