Por Felipe Arizmendi Esquivel, Obispo de San Cristóbal de Las Casas |
SITUACIONES
A través de la historia, ha habido épocas en que se ha querido silenciar a la Iglesia, sobre todo cuando ha sido crítica de los sistemas políticos y económicos. En nuestra patria, hubo tiempos en que se le pretendió encerrar en los templos y en las sacristías, negándole el derecho a estar presente en los espacios públicos, como si con ello se violara el laicismo oficial. En la actualidad, hay resistencias para reconocer el derecho a una más plena libertad religiosa para todas las denominaciones, a pesar de que este derecho está garantizado en los tratados internacionales que el país ha suscrito. Y por otra parte, nosotros mismos nos encerramos en nuestras posturas e instituciones, que nos dan seguridad interna, y no abrimos brecha en tantos espacios que requieren la luz que hemos recibido.
Durante esta semana, los 120 obispos mexicanos estamos reunidos en asamblea ordinaria, con el objetivo deprofundizar el sentido de la Nueva Evangelización en México, para enriquecer una audaz y entusiasta misión permanente de la Iglesia ante los desafíos de la secularización.
Se nos presentará una encuesta nacional sobre cultura y práctica religiosa en México y unos especialistas nos expondrán la realidad de la secularización en la educación y en la cultura. Se analizará la influencia de la secularización en la Iglesia y en la juventud. Este análisis nos urge, porque es un hecho que muchos que se declaran católicos, no viven su fe con coherencia. Por ello, haremos una revisión de nuestra pastoral a la luz del patrimonio de Aparecida, tomando en cuenta lo que nos ha insistido el Papa Francisco: Que no seamos una Iglesia encerrada en sí misma, sino abierta a las diferentes fronteras y periferias existenciales.
Considerando que la violencia que se vive en varias partes del país es un gran reto a nuestra pastoral evangelizadora, abordaremos el tema de la Nueva Evangelización, respuesta a un mundo violento, pues no se explica que muchos que se dedican a negociar con las drogas, que matan y roban, se declaren creyentes y hasta muy devotos de la Virgen y de los santos. Es una contradicción con la fe y esto nos cuestiona como pastores.
ILUMINACION
El Papa Francisco dijo a los obispos argentinos algo que a todos nos viene bien: Debemos salir de nosotros mismos hacia todas las periferias existenciales. Una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga, se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad también que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma. La enfermedad típica de la Iglesia encerrada es la autorreferencial; mirarse a sí misma, estar encorvada sobre sí misma como aquella mujer del Evangelio. Es una especie de narcisismo que nos conduce a la mundanidad espiritual y al clericalismo sofisticado, y luego nos impide experimentar la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (25-III-2013).
Lo que dijo a los catequistas, todos nos lo podemos aplicar: “Para ser fieles, para ser creativos, es necesario saber cambiar, para adecuarme a las circunstancias en las que debo anunciar el Evangelio. Para permanecer con Dios en necesario saber salir, no tener miedo de salir. Si un catequista se deja llevar por el miedo, es un cobarde; si un catequista se está ahí tranquilo, termina por ser una estatua de museo. Si un catequista es rígido, se vuelve acartonado y estéril. Una iglesia, un catequista que tenga el valor de arriesgar para salir y no un catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo” (27-IX-2013).
COMPROMISOS
Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda la audacia de los apóstoles, para salir de nuestras seguridades y ofrecer la luz del Evangelio en tantos espacios donde la oscuridad y el sin sentido de la vida hacen estragos, dañando a todos.
Los fieles laicos tienen en esto una gran tarea: hacer presente el Evangelio en aquellos lugares donde sólo por ellos puede llegar, y no esperar que todo lo hagan los obispos y sacerdotes.