Por Jorge E. Traslosheros H. |

Los católicos tenemos muchos motivos para agradecer a Dios en esta temporada y compartir nuestra alegría con los demás cristianos, creyentes, hombres y mujeres de buena voluntad. Obvio que está relacionado con la Navidad, pero también con el Papa Francisco y Chesterton. Me explicaré.

Dios siempre es generoso con la Iglesia, pero se hace más evidente en momentos de gran peligro. Así sucedió durante el pontificado de Benedicto XVI. La nave de Pedro estaba en peligro. Entonces, este hombre de frágil apariencia, como niño en pesebre, tomó firme el timón y enfrentó la tormenta. Nunca tendremos palabras suficientes para agradecer por un Papa tan valiente y sabio; pero lo que es imposible para los Hombres, no lo es para Dios. Él siempre encuentra caminos que, al final, coinciden con el sentido común y el buen humor. Actuó a través de la humildad de Ratzinger quien renunció en el momento preciso para no comprometer las reformas. Quienes zopiloteaban ansiosos esperando su caída quedaron frustrados. Yo también escuché la carcajada de Dios.

Entonces sopló una suave brisa sobre la Iglesia —diría el profeta Elías— y los cardenales eligieron a Jorge Bergoglio quien tomó el nombre de Francisco. Dios nos volvió a sorprender fiel a su antigua costumbre, tan inveterada que ya tiene, por lo menos, dos mil años. A pocos meses de su elección los medios seculares lo nombraron hombre y comunicador del año. Se agradece; pero ahí no está su gallardía.

Francisco me recuerda a Chesterton, cuya beatificación apoya, por hacer del sentido común y el buen humor sus principales instrumentos de comunicación. Sus palabras son como saetas (jaculatorias) que siempre dan en el blanco. Dice mucho en pequeñas frases que mueven el corazón y llaman a la razón a los creyentes y hombres y mujeres de buena voluntad. Ambos son apóstoles del sentido común encarnado en María y nacido en Belén.

Como Chesterton, Francisco sabe que la Iglesia no es el museo de los santos, sino un hospital de pecadores en proceso de rehabilitación y se regocija en ello. Por lo mismo, comprende su enorme capacidad para salir a la calle en busca de los heridos por una cultura inhumana y los abandonados en las periferias de nuestra sinrazón. Y todo, por cariño al Nazareno.

Estar alegres por el nacimiento de Jesús resulta, entonces, un asunto de sentido común, incluso para quienes no sean creyentes. El nacimiento de un hombre justo y bueno, lleno de ternura, siempre será motivo de alegría. Si, además, nació pobre y murió más pobre por amar nuestras miserias, el asunto se torna gozoso. Súmele la resurrección y esto se vuelve harina de otro costal. Bajo cualquier supuesto, se trata de un buen motivo para compartir con ponche, tamales y piñatas. Por lo mismo, resulta extraño que la Navidad produzca tanto repelús entre ciertos sectores culturales, pero puede explicarse.

Nuestra época tiene un grave déficit de sentido común y, en consecuencia, de buen humor e imaginación. Por eso la Navidad resulta tan molesta a los corifeos de una cultura narcisista. No es un asunto de fe, sino de humanidad. Debe ser fastidioso para gente tan importante organizar una fiesta con el fin de encontrarse con familiares y amigos en un ambiente de cariño, e invertir parte del salario en algunos regalitos que hagan sonreír a otras personas. Y todo, por un escuincle nacido en un pesebre.

Nada cuesta reconocer que Dios es un gran tipo. Un buen día, por puro gusto, hizo el universo y, poco después, a nosotros. Nos creó libres para hacernos a su imagen y semejanza. Como el asunto no es de fácil manejo, empezamos a regar el tepache. Entonces, lleno de ternura, acudió en nuestro auxilio y se encarnó de la mejor manera. Se hizo pobre entre los pobres, nació de una mujer que confiaba en él y tomó por padre adoptivo a un hombre justo y bueno del cual, seguro, mucho aprendió.

Podemos afirmar, en sintonía con el Papa y Chesterton, que la Navidad es un derroche de cariño y buen humor por parte de Dios. Un mentís para los amargados. Un monumento al sentido común. El final perfecto para un año en el cual la alegría del Señor se ha derramado generosa sobre la Iglesia. El mejor momento para agradecer el gozo desafiante de un niño nacido en Belén, y para festejar que la esperanza sí tiene asideros.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter:
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