Por Fernando Pascual, sacerdote |

Ideales nobles, bellos, grandes, pueden llegar a corromperse, desde errores y manipulaciones propias de una visión equivocada, o por culpa de conciencias deformadas, o desde intereses mezquinos que aprovechan algo bueno para alcanzar objetivos deshonestos.

Así, si miramos al pasado (por desgracia, también al presente) constatamos cómo la noción de Patria, puesta en manos de demagogos, llegó a convertirse en excusa para crímenes arbitrarios. El ideal de la justicia fue usado para imponer dictaduras opresivas. La misma palabra “amor” ha sido mil veces manipulada hasta el punto de cubrir frivolidades o engaños llenos de egoísmo.

También en el mundo de la religión, hay quienes han asesinado injustamente en nombre de Dios, o quienes han promovido guerras devastadoras bajo un emblema religioso, o quienes simplemente han despreciado al diferente hasta cometer arbitrariedades que escandalizan en el pasado y en el presente.

A pesar de esas manipulaciones, los ideales buenos conservan su validez. Porque el sano amor a la Patria no deja de ser justo por culpa de algunos fanáticos. Ni el nombre de Dios pierde su santidad cuando algunos lo usan para oprimir a los más indefensos y necesitados.

Por eso tiene sentido trabajar seria y constantemente para conservar lo genuino de los ideales y evitar desviaciones de quienes quieren usarlos con fines innobles. No será algo fácil, pues el riesgo de desviaciones acecha a cada paso. Pero al menos habrá menos manipulaciones y más respeto hacia aquellas aspiraciones e ideales que nacen de lo más profundo del corazón humano y que permiten construir sociedades justas y buenas.

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