Entrevista con el compositor católico Juan Antonio Espinosa |

Gilberto Hernández García |

Juan Antonio Espinosa sigue estando muy presente en las celebraciones litúrgicas de toda Iberoamérica. ¿Quién no ha cantando “Alegre la mañana que nos habla de ti”, “Ven con nosotros a caminar”, “Te presentamos el vino y el pan”, “Caminaré en presencia del Señor”, entre otras muchas más?

Sus cantos, nacidos de la experiencia de años trabajando con campesinos en Perú y Colombia en los años 70 –época de dictaduras militares, represión y muerte en Latinoamérica– entrañan las angustias, dolores, alegrías y esperanzas del pueblo creyente.

Su amor por la música la recibió como herencia de su familia, de profundas vivencias cristianas. Durante sus estudios de secundaria tuvo un contacto diario con la música religiosa escrita durante la primera mitad del siglo XX. Más adelante se sintió inspirado por las novedades del Concilio Vaticano II, cuando se abrió el camino para una nueva Liturgia. “Por ese camino quise empezar a caminar. De aquí surgió mi inspiración.  Por eso nacieron mis canciones”, dice emocionado.

Actualmente desarrolla su acción pastoral en la Parroquia de San Estanislao de Madrid, donde lleva la animación litúrgico musical. Con el Grupo “Voces Unidas” va dando “Conciertos Comunitarios” por diversas Parroquias de Madrid, animando a las Comunidades a seguir en la línea del Concilio Vaticano II. Hoy en día sigue componiendo canciones que nos hablen de un “cristianismo encarnado y comprometido”.

Después del Concilio Vaticano II la música litúrgica se hizo “más cercana” al pueblo ¿cómo influyó el Concilio en sus contenidos musicales? ¿Qué caracteriza la creación musical de Espinosa?

Yo pienso que el Concilio tuvo el gran acierto de concebir a la Iglesia como Pueblo de Dios y a la Liturgia como la Celebración de la fe de ese Pueblo en un Dios trascendente y cercano a la vez, que se hizo carne en nuestra historia. Este es el motivo por el que quise que mis canciones fuesen consideradas como “canciones de un pueblo caminante”. Con letras enraizadas en la Biblia, con mucho sabor a Evangelio y expresadas en el plural colectivo del pueblo.

“Canciones de Celebración”, como a mí también me gusta llamarlas, con melodías profundas, llenas de fuerza, fáciles de retener, y siempre con un ritmo que acompaña el caminar del pueblo, celebrante también en la Celebración de la Resurrección y la Vida.

Compositores como usted, como Lucien Deis, Manzano, Gabaráin, Palazón, forman parte de un “momento” importante de la evolución de la música litúrgica, ¿cuál considera usted que es el aporte que hacen?

Con ellos se superaba una etapa anterior caracterizada por canciones de carácter intimista, con letras meramente piadosas y un tanto melifluas, que favorecían sobre todo la devoción personal. Tal vez el aporte fundamental sea doble: La vuelta a la Biblia y subrayar la importancia del canto de todo el Pueblo.

¿Qué papel cree que juega la música, el canto, en el proceso evangelizador de la Iglesia?

Debería jugar un papel importante, aunque no siempre ha sido así. El canto no se puede limitar a ser el reflejo melodioso de una serie  de “devociones” más o menos particulares. El canto debe estar enraizado en todo el proceso de evangelización. Los compositores cristianos deberíamos ser ante todo “músicos de la Palabra”.

Sus composiciones tienen una dimensión de encuentro con Dios en comunidad, a diferencia de la música cristiana que hoy en día se elabora, que enfatiza en la intimidad de cada individuo, ¿Qué diagnóstico hace de la actual música cristiana?

Precisamente aquí radica gran parte de las diferencias entre unas y otras composiciones. También yo he compuesto algunas canciones de carácter intimista. Pero éstas iban dirigidas a esos momentos de encuentro a solas con Dios, en una oración personal. Sin embargo, cuando nos reunimos en Comunidad para la Celebración Litúrgica, la canción debe ampliarse hacia una dimensión colectiva, comunitaria, pues se trata de expresar  y celebrar la fe y la oración de todo un pueblo.

La música cristiana de hoy en día, cada vez más parece olvidar aquellos grandes hallazgos del Concilio Vaticano II: La Iglesia como Pueblo de Dios, y la Liturgia como la Celebración de la fe de ese Pueblo de Dios. Por eso, en las letras de muchas de las nuevas canciones abundan cada vez más las expresiones “yo” y “mi” Dios, reflejando meras vivencias personales, sin profundas resonancias bíblicas,  y con un cierto sabor a evasiones fáciles y alienantes. También, cada vez más el canto se deja al monopolio exclusivo de un pequeño coro, condenando de nuevo al silencio a todo el Pueblo de Dios.

 

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