Por Rodrigo Aguilar Martínez, Obispo de Tehuacán, Puebla |

Navidad es el gozo del Nacimiento del Niño Jesús. Es la muestra del amor fascinante de Dios que se hace Niño.

No dejemos de contemplar este hecho sorprendente. Sigue siendo hermosa la tradición que iniciara san Francisco de Asís, representando en los “nacimientos” estos hechos: Dios entra en nuestra vida diaria, viene a quedarse con nosotros, viene a ser uno de nosotros.

Pero no es uno más. Jesús es Luz que nos ilumina poderosamente; es la Verdad del amor misericordioso de Dios. Ahí está: pobre, humilde, indefenso; pero con su presencia viene a dar sentido a nuestra vida. Quien acoge a Jesús renace a una vida nueva.

Jesús establece un admirable intercambio: se hace débil, hijo del hombre, para que nos hagamos hijos de Dios.

Entremos en ese intercambio. Somos hijos de Dios. Vivamos como hijos de Dios, amados y amando.

Dejémonos amar por Dios. Es un amor tierno y dulce como la miel; firme y consistente como la roca. Dios no nos ama porque seamos buenos y perfectos, sino siendo nosotros pecadores pero para que rompamos con el pecado.

Amemos como hijos de Dios: de manera tierna y dulce, firme y consistente.

De modo que, por un lado, contemplemos agradecidos a las personas en torno nuestro que nos dan su amor; por otro lado, correspondamos amando con muestras amables, firmes, que los demás noten que los amamos.

Que éstos sean los rasgos cuando, con palabras y abrazos, nos deseamos “feliz Navidad”

Por favor, síguenos y comparte: