Antes del rezo del Ángelus dominical, el Papa Francisco, como es costumbre, reflexionó brevemente sobre la Palabra de Dios que propone la liturgia para este día: «¿Qué cosa significa para la Iglesia, para nosotros, hoy, ser discípulos de Jesús Cordero de Dios? Significa poner en el lugar de la malicia la inocencia, en el lugar de la fuerza el amor, en el lugar de la soberbia la humildad, en el lugar del prestigio el servicio».
Ante miles de fieles congregados en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre recordó que con la fiesta del Bautismo del Señor del pasado domingo, hemos entrado en el tiempo litúrgico ordinario. En este segundo domingo, el Evangelio nos presenta la escena del encuentro entre Jesús y Juan el Bautista. El Bautista- dijo el Papa- ve a Jesús que avanza entre la multitud y reconoce en Él al enviado de Dios, «por esto lo indica con estas palabras: ‘¡Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!’ (Jn 1,29)».
El Pontífice resaltó que Jesús ha venido al mundo con una misión precisa: liberarlo de la esclavitud del pecado, cargándose las culpas de la humanidad. ¿De qué manera? Amando. «No hay otro modo de vencer el mal y el pecado que con el amor que empuja al don de la propia vida por los demás», subrayó.