Por Fernando Pascual |

Un hombre o una mujer llega a un cargo importante. Si tiene cierto carisma, si sabe usar un lenguaje positivo y esperanzador, si realiza gestos que gustan a los líderes de opinión y que concuerdan con las ideas “dominantes”, recibirá un sinfín de aplausos y alabanzas.

Los aplausos, sin embargo, son inconsistentes y vacíos cuando los gestos son sólo máscaras vacías, cuando las palabras adulan como slogans sin contenidos buenos, cuando los anhelos de quienes aplauden están heridos por ideas erróneas y malsanas.

El mundo de la imagen busca ensalzar a quienes parecen promover el proyecto de una humanidad deje de lado a Dios y que se construya desde buenas intenciones y sentimientos aceptados por las mayorías.

La verdad, sin embargo, no sucumbe ante los aplausos inconsistentes. Porque ese líder que tanto prometía un día puso en marcha proyectos que provocaron mucho daño. Y porque el ser humano necesita alimentarse con algo mucho más sólido que frases bonitas y que halagos engañosos.

Más allá de aplausos que encandilan, hoy, como en el pasado, hay hombres y mujeres que piensan y trabajan en serio y que buscan la justicia, el bien, la belleza verdadera. Quizá no sean aplaudidos en las mil páginas de Internet y en las pantallas de televisores que brillan con la última moda. Pero serán escuchados y amados por todos aquellos que desean acoger un mensaje auténtico, el único capaz de alimentar corazones y sociedades abiertas a Dios y a los auténticos valores del espíritu.

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