Por Fernando Pascual |

Disponer de libertad abre espacios para muchas opciones. Pueden ser opciones buenas o malas, sensatas o imprudentes, justas o injustas. Pero serán opciones libres, precisamente porque ha habido espacios de libertad.

Hay personas que se preocupan continuamente por abrir espacios de libertad. Tienen una razón muy poderosa a su favor: sin libertad es imposible poner en marcha los propios sueños y vivir de modo pleno. Pero pueden olvidar un punto importante: la libertad es una condición, imprescindible ciertamente, para tomar decisiones; pero es sólo una condición.

Por eso, junto a la búsqueda razonable e imprescindible de espacios de libertad hay que pensar en cómo ayudar a otros (y a uno mismo) para entender que el ejercicio de la libertad implica asumir seriamente las propias responsabilidades y abrirse a la búsqueda del bien, de la verdad, de la justicia, de la belleza.

Porque de nada sirve gozar de libertad si luego uno escoge arruinarse en la dependencia de juegos de apuesta, o para sumergirse en el mundo de las drogas y del alcohol, o para sucumbir bajo las cadenas de las pasiones más bajas y degradantes.

Abrir espacios de libertad, por lo tanto, exige abrir espacios a la reflexión, a la madurez, a la responsabilidad. Porque la libertad es sólo un medio para un fin mucho más grande: elegir el bien, vivir correctamente, avanzar hacia lo que construye lazos y abre a la justicia.

Trabajar por ser libres implica, en definitiva, trabajar por ser responsables y maduros, por conocer el bien que cada uno puede realizar. Sólo entonces un corazón será capaz de amar verdaderamente: hacia “arriba”, al amar a Dios que nos hizo libres y nos espera en los cielos; y “en horizontal”, al amar a tantos hombres y mujeres que caminan a nuestro lado y necesitan manos amigas en sus mil necesidades del cuerpo y del espíritu.

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