Por Nemesio Rodríguez Lois | Red de Comunicadores Católicos |

Don Armando Fuentes Aguirre, más conocido por “Catón”, es un prolífico escritor que ha conquistado merecida fama por la gran labor que está realizando en pro del rescate de la verdad histórica.

Todas sus obras han sido éxitos de librería y ello se debe a que la gente se ha cansado de oír tantas mentiras y casi a gritos pide que derriben de su pedestal a una serie de idolillos con pies de barro que si algún mérito tienen es el de apadrinar a quienes durante más de siete décadas nos impusieron una dictadura de partido.

Con ese inimitable estilo, tan salpicado de anécdotas y ocurrencias, Catón atrapa al lector quien, cautivado por su belleza literaria, no suelta el libro hasta llegar al final. Por eso es que su último libro, “La guerra de Dios”, que trata acerca del conflicto cristero ha sido uno más de sus éxitos.

Sin embargo existen algunos puntos en los que, con todo el respeto debido al autor, mostramos nuestro desacuerdo.

En la página 15 nos dice que “ninguno de los dos bandos tuvo toda la razón; ninguna fue totalmente culpable”.

Si el autor quiso decir que, al calor de la lucha, se cometieron las peores barbaridades, coincidimos con él ya que en la guerra cristera –como ocurre en todas las guerras- se cometieron crueldades por parte de ambos bandos.

Ahora bien, insinuar que la Iglesia no tuvo razón al defenderse es inexacto ya que, antes de romperse las hostilidades, los jefes católicos intentaron que Calles derogara las leyes persecutorias y fue entonces cuando Calles, con un cinismo que raya en la prepotencia, les dijo a quienes eso pedían:

-Tienen ustedes dos caminos: el Congreso o las armas y para los dos estoy preparado.

Los católicos recabaron cientos de miles de firmas, se las presentaron a los diputados y éstos –obedeciendo la consigna de Calles- ningún caso hicieron.

Catón no comenta dicha anécdota en su libro.

Mas adelante, en la página 83, nos dice que “en México la Iglesia está sometida al poder soberano del Estado. Así debe ser. Juárez, que en tantas cosas anduvo equivocado, acertó en forma absoluta cuando luchó por el principio de la soberanía civil sobre el poder temporal que contra toda razón –y contra la corriente de la historia- seguía reclamando la Iglesia mexicana”.

Tampoco estamos de acuerdo ya que Juárez –contra toda razón y justicia- lo que hizo fue despojar a la Iglesia de sus bienes y ésta, al hallarse sin recursos, no pudo continuar con las generosas obras de caridad que había venido haciendo a lo largo de tres siglos.

En la página 134, el autor nos dice que “el clero católico en general se mostró enemigo de los cambios sociales.

Inexacto: convendría recordar cómo, a fines del siglo XIX, fue la Iglesia quien se preocupó por difundir la doctrina social de León XIII proclamada en la encíclica “Rerum Novarum”.

Claro está que tuvo que hacerlo de manera clandestina por temor a las represalias del régimen porfirista el cual –a fin de cuentas- era liberal.

Algo que tampoco nos gustó es que, en la página 106, Catón diga que “a la Iglesia le hacen bien las persecuciones”

Y no nos gustó porque, de haber vivido dentro de un clima de hostilidad permanente, don Vasco no hubiera podido hacer su gran obra en Michoacán; Zumárraga no hubiera traído la imprenta ni fundado hospitales y colegios; Junípero Serra no hubiera civilizado la Alta California, ni tampoco los misioneros de las distintas órdenes religiosas hubieran realizado tantos beneficios a los humildes indígenas.

Ahora bien, que existan clérigos que se corrompen al estar cerca del poder sería ingenuo negarlo ya que tipos de tal calaña siempre los ha habido y siempre los habrá aunque hay que reconocer que son minoría.

Quitando esos pequeños lunares, el libro de Catón, a nuestro juicio, es un libro magnífico que, aunque casi no toca la guerra cristera, trata la figura de san Rafael Guizar y Valencia, habla con detalle del asesinato de Obregón, de la influencia de Estados Unidos en la política mexicana y de la campaña de Vasconcelos.

Un libro por el cual felicitamos a su autor y que, después de leerlo, nos da la impresión de que no es más que el preámbulo de otro que será también de gran interés: los 70 años de la dictadura perfecta.

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