Por Julián López Amozurrutia, rector del Seminario Conciliar de la Arquidiócesis de México | Octavo Día |
Hace pocos meses, el Arzobispo de Morelia, don Adolfo Suárez Inda, escribía las siguientes palabras sobre el obispo de Apatzingán, don Miguel Patiño, en ocasión de sus bodas de oro sacerdotales: «No puedo omitir la paciencia y serenidad con que Don Miguel ha llevado la cruz del episcopado en medio de grandes preocupaciones que ha tenido que afrontar. Cuántas penas ha vivido en el silencio y en cuántas tragedias ha acompañado a su pueblo. El asesinato de cinco sacerdotes es como una réplica de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo que han marcado a esta Iglesia particular, su cuerpo místico. Confiamos que la sangre derramada de tantos cientos de hermanos en enfrentamientos, en ocasiones sin deber nada, será un clamor que, con la sangre preciosa del Crucificado, llegue al cielo y nos alcance de la misericordia divina, la paz y la justicia que tanto anhelamos».
El testimonio de mansedumbre y audacia pastoral del obispo de la zona más golpeada por la violencia en Michoacán se ha convertido en un punto de referencia en las últimas semanas. Para quienes nos encontramos lejos de los escenarios en cuestión, hacerse una idea clara y no manipulada de la situación resulta muy difícil. Sabemos que la estructura de las parroquias puede otorgar información que no necesariamente coincide con datos oficiales. Los testimonios, de cualquier manera, que se reciben, son sobrecogedores.
Por ello, los contenidos de las cartas pastorales de monseñor Patiño adquieren una relevancia particular. Un valiente y doloroso documento presentado en octubre del año pasado generó el respaldo del episcopado mexicano en pleno. El período más reciente ha conocido esfuerzos en todos los niveles que apuntan a una solución, pero la comprensible zozobra del estado de cosas reclama el ejercicio de la más competente gestión de gobierno, que lamentablemente no siempre se encuentra. Una nueva carta, de hace apenas unos días, pone el dedo en la llaga, a propósito de las acciones contra los grupos de autodefensa: «El pueblo está exigiendo al gobierno que primero agarren y desarmen al crimen organizado. El ejército y el gobierno han caído en el descrédito porque en lugar de perseguir a los criminales han agredido a las personas que se defienden de ellos. ¿No han comprendido que nos encontramos en un ‘Estado de necesidad’?»
La reunión del Consejo Permanente de la Conferencia del Episcopado Mexicano en estos mismos días ha emitido una declaración en la que respalda a don Miguel. «Los Obispos de México hacemos nuestro lo expresado por Mons. Miguel Patiño Velázquez, Obispo de Apatzingán, quien en su Carta Pastoral del pasado 15 de enero, con honestidad y valentía, ha señalado que ‘la gente espera una acción más eficaz del Estado en contra de los que están provocando este caos’, y ha pedido ‘a los políticos, al gobierno y al Secretario de Gobernación’ que ‘den a los pueblos de nuestra región signos claros de que en realidad quieren parar a la máquina que asesina'».
A don Miguel lo avalan más de tres décadas de servicio episcopal al frente de la misma diócesis. No es, por supuesto, deseable que el estado de necesidad se prolongue, motivando más que justificadamente a la población civil a defenderse. Los testimonios recabados a este respecto muestran liderazgos de la sociedad civil que ejecutan acciones subsidiarias, ante lo que resulta incapacidad o complicidad de las autoridades. Este tipo de fuerza de la sociedad no puede menos que felicitarse. Pero es urgente que las instituciones, fieles a su deber, asuman su responsabilidad.
Ofrecemos nuestro cariño y solidaridad a los hermanos michoacanos y a sus pastores, sobre todo a aquellos que han sabido ser consuelo y principio de ánimo para sus fieles. Desde la comunión de la fe, no podemos sino secundar las palabras de los obispos: «Urgimos a las autoridades a un trabajo coordinado que resuelva de manera integral e incluyente el drama de la violencia que aqueja a tantas personas y familias, a fin de que los ciudadanos puedan vivir en paz, como es su derecho. Por nuestra parte, reiteramos el compromiso y la disposición de la Iglesia católica a seguir colaborando en la atención pastoral de las víctimas de la violencia y en la reconstrucción del tejido social, favoreciendo una cultura del respeto al estado de derecho y de la paz».
Artículo publicado en el blog Octavo día, del universal.com.mx. Reproducido con permiso del autor.