Este 15 de enero murió Don Jesús García Ayala, decano de los obispos mexicanos, emérito de Campeche, a la edad de ciento tres años, casi setenta y siete de ellos como sacerdote y cincuenta como obispo.

Don Jesús nació el 7 de junio de 1910 en Yurécuaro, Michoacán (al norte del estado, en el límite con Jalisco). Estudió en el Seminario de Zamora, y se ordenó sacerdote el 9 de mayo de 1937. Su ministerio pastoral lo desarrolló en varias parroquias del Obispado de Zamora, las últimas fueron la Parroquia de San Pedro Apóstol de Paracho y la Parroquia de los Santos Reyes en la ciudad de los Reyes.

En 1962 Juan XXIII lo nombró IX Obispo de Campeche, para suceder a Don Alberto Mendoza y Bedolla que duró más de treinta años al frente de aquella Diócesis del Sureste. Sin embargo, el Papa Bueno murió antes de la ordenación de Don Jesús; así que Pablo VI ratificó su nombramiento. Finalmente su consagración episcopal se llevó a cabo el 2 de agosto de 1963.

Monseñor García Ayala desarrolló su servicio episcopal en tiempos del Concilio Vaticano II, en el que participó solamente en una sesión, y le tocó «poner al día» la Iglesia particular que le tocó pastorear. Carlos Suárez –quien fue obispo de Zamora y actualmente auxiliar de Morelia– da testimonio de que su labor en los años posconciliares no fue fácil: «resistencia de muchos a los cambios, abandono del sacerdocio de un número considerable de sacerdotes, de por sí escasos en aquellos lares, crisis en el precario seminario de entonces, etc. Pero nada de eso arredró a Don Jesús, que con valentía y una entrega generosa de la vida se dedicó en cuerpo y alma a su querida Diócesis».

Renunció a su servicio episcopal en Campeche en marzo de 1982, tras dieciocho años de fecundo ministerio. La renuncia le fue aceptada por el Papa Juan Pablo II y se regresó a Zamora; con anuencia del obispo diocesano, Don Esaúl Robles, atendió la pequeña comunidad de Guascuaro, en el camino hacia los Reyes; de ahí, pasó a otra comunidad de la famosa «Cañada de los once pueblos», Huáncito, para finalmente avecinarse en Aranza, cerca de  Paracho.

Este es el testimonio del obispo Carlos Suárez: 

«En todos estos lugares ejerció el episcopado en forma ejemplar, celebrando la eucaristía, confiriendo el sacramento de la confirmación donde se le requería, presidiendo algunas fiestas patronales en  pequeños pueblos, y participando como uno más en las reuniones de los sacerdotes, que le estimaban mucho.

Don Jesús era una personalidad única: buen administrador, buen pastor en sus comunidades, gestor de servicios, un hombre autosuficiente hasta la exageración, vivió siempre sólo, él mismo se hacía de comer, se lavaba, iba al mercado, ordenaba sus cosas. Yo quise ser monje cuando Lemercier era bueno, me confesó un día en una de las tantas entrevistas que tuve con él en Zamora. Rechazaba por principio cualquier favor, agradeciéndolo. Ayudó al Seminario de Campeche hasta los últimos días. El mismo manejaba su coche Chevrolet, hasta que ya no pudo más: pero eso sucedió después de los 98 años,  eso me consta personalmente porque lo vi con mis propios ojos.

Así supe de él y así lo conocí personalmente, hasta hace un mes y medio que fue la última vez que lo visité en Aranza. Aunque los últimos días perdió el conocimiento, estuvo lúcido toda la vida, como también me consta personalmente, se acordaba de todo perfectamente. Así era Don Jesús.

Guardo de él la imagen del anciano rezando su breviario o su rosario en el hermosos templecito de Aranza: allí lo encontré muchas veces. Era verdaderamente un monje entregado a Dios en la vida del mundo y de la Iglesia. Descanse en paz», relata con emoción el Obispo Auxiliar de Morelia, Carlos Suárez.

 

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