«Todos los ciudadanos y las instituciones debemos reconocer con sincera humildad que tenemos parte de culpa en esta situación tan lamentable» que se vive en Michoacán. Es lo que ha dicho don Alberto Suárez Inda, arzobispo de Morelia a un año del surgimiento de los grupos de autodefensa que han venido a enfrentar al crimen organizado, generadores de la llamada «narcoviolencia».
El arzobispo de Morelia lamenta que en las últimas semanas el nombre de Michoacán ha venido ocupando los titulares de los diarios y noticieros a nivel nacional y más allá de las fronteras patrias., pero «tristemente ha sido por motivo de los conflictos, la violencia y el crimen que desde hace algunos años se apoderó de nuestras comunidades».
Suárez Inda hizo un llamado a los poderes del Estado a dejar de lado los intereses partidistas y ambiciones personales, para que se esfuercen por generar un clima de confianza; inviertan los recursos en programas que favorezcan una mayor participación de la gente; sean insobornables y así pongan las bases de un verdadero cambio social.
Además pidió a toda la sociedad civil que no ceje en sus anhelos de paz y justicia, y en el compromiso de construir una verdadera fraternidad, superando el conformismo y el desaliento; «con una conversión personal y social podemos cambiar el rostro de nuestro querido Michoacán».
El también representante del Consejo Interreligioso de Michoacán, que aglutina a ministros de varias confesiones de fe cristiana, señaló que «el deterioro del tejido social y la degeneración moral son el fruto amargo de una falta de educación y de una complacencia ante la maldad. Instituciones como la familia, la escuela y las iglesias, no hemos sabido formar la conciencia recta de las nuevas generaciones. Es normal y legítimo que los jóvenes busquen la felicidad, pero es preciso que no finquen sus ideales en el placer egoísta y en el desprecio al prójimo. Hemos dejado que la mentalidad consumista y hedonista influya en la conducta de muchos cristianos».
El pastor de la Iglesia de Morelia dijo que «los medios de comunicación, que tanto bien podrían hacer, exaltan en muchas ocasiones los antivalores. El mismo sistema económico y la mentalidad de algunos empresarios, en lugar de favorecer la dignidad de las personas y una distribución más equitativa de los bienes, provocan una escandalosa desigualdad que genera serias inconformidades».