Por Eugenio Lira Rugarcía, Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM |
Hoy celebramos la memoria del beato fray Sebastián de Aparicio. Benedicto XVI decía:
“Jesucristo es el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Para llegar hasta Él necesitamos personas que dan luz reflejando la luz de Cristo, ofreciendo así orientación para nuestra travesía”.
Una de esas luces es el beato Sebastián de Aparicio, nacido en 1502 en Gudiña, Galicia, España, desde donde llegó a Veracruz en 1533.
De ahí se dirigió a la recién fundada Puebla de los Ángeles, para dedicarse a la labranza. Al poco tiempo, adaptó el camino de México a Veracruz para que por él pasasen las carretas que muy pronto construyó con un amigo suyo español, y que fueron las primeras de México. También fue iniciador de la doma de toros bravos y caballos.
Durante dieciocho años construyó caminos y fomentó el comercio en México; pero en 1552 convirtió sus campos en una escuela donde los indios aprendían la labranza, y su hogar se convirtió en asilo para los pobres.
En 1562 se casó. Sin embargo, un año después enviudó. Dos años después volvió a contraer matrimonio, pero, pasados unos años, enfrentó por segunda ocasión la viudez.
Entonces, meditando en lo pasajeras que son las cosas de esta vida, y en el camino que conduce a la eterna, resolvió dar sus bienes a los pobres, e ingresar como hermano lego de la Orden de Frailes Menores, donde profesó en 1575.
Fue enviado al convento de Tecali, y luego al de Puebla.
Como religioso, fray Sebastián de Aparicio se distinguió por su gran amor a Dios, por su humildad y por su gran servicio a los pobres. Falleció el 25 de Febrero de 1600, a los 98 años de edad.
Venerado como patrón de camineros y transportistas, fue beatificado en 1789. Actualmente se encuentra en proceso su causa de canonización. Su cuerpo incorrupto descansa en el Templo de San Francisco.
Ojalá su testimonio nos impulse a ser creativos en la construcción de una Puebla y de un Mundo mejores.