Por Felipe de J. Monroy | Director Vida Nueva México |

Hace un par de semanas tuve oportunidad de escuchar e inquirir a una docena de funcionarios de la Curia romana sobre las particularidades de cada oficina que representan, sus competencias y jurisdicciones, sus carencias y necesidades. En el ambiente permanecía una inquietud junto a los temas coyunturales: el papa Francisco ha propuesto una reforma ‘a todo nivel’, una ‘descentralización del aparato eclesial’, un ‘cambio verdadero y eficaz’ y una ‘conversión del papado’.

La Curia romana es el organismo que, en principio, cumple el cometido de auxiliar al Obispo de Roma en el ejercicio de la caridad y el gobierno para una Iglesia diseminada por todos los continentes y casi todas las naciones del mundo. La pregunta para los funcionarios es obligada: ¿Qué espera cada uno de ustedes de la reforma propuesta y emprendida por Francisco? Las respuestas son diversas, pero unánimemente ambiguas; en síntesis: Algo tiene que mejorar, aunque no se sepa bien qué o no se sepa qué consecuencias conlleve dicha mejora.

Dos semanas más tarde y durante el consistorio de cardenales de este 2014, Francisco creó la Secretaría y el Consejo de Economía de la Santa Sede para ejercer “el control económico y la vigilancia de los entes vaticanos… [y] la supervisión de la gestión económica así como vigilar las estructuras en cuanto su actividad administrativa y financiera de los Dicasterios de la Curia Romana, los Institutos relacionados a la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano”. De hecho, en el último año, Francisco ha signado cuatro reformas del aparato interno de la curia: la nueva estructura de coordinación de asuntos económicos, los nuevos estatutos de la Autoridad de Información Financiera, el Comité de Seguridad Financiera para prevenir el blanqueo, financiación del terrorismo y la proliferación de armas; y la adecuación de la jurisdicción en materia penal de los órganos judiciales del Estado Vaticano.

Además de las dificultades obvias que implica tal revolución interna, la Iglesia tiene frente a sí un gran desafío para saber cómo comunicar este fenómeno y esta coyuntura en el marco de su contexto. Aunque es cierto que la figura del papa Francisco parece no requerir grandes estrategias de comunicación para hacer llegar sus potentes mensajes, la Iglesia como institución y referente moral ha sufrido constantemente el asedio de medios de comunicación que trastocan o malinterpretan sus convicciones o –en la mayoría de los casos- que simplemente no quedan lo suficientemente satisfechos de la cantidad ni la calidad de la información que la estructura eclesial ofrece de sus prácticas, reglas y procedimientos propios. ¿Qué hacer entonces?

Durante mi estancia en Roma tuvo lugar el episodio del ‘Súper Papa’, sucedió a escasos metros del Vaticano: el artista Mauro Pallotta montó un grafiti del papa Francisco simulando a Superman. El acto rápidamente se tornó un fenómeno de comunicación global por las miles de fotos tomadas y compartidas por las redes sociales, incluso la cuenta oficial del Pontificio Consejo para las Comunicaciones de la Santa Sede la retuiteó y se sumó a la tendencia. El fenómeno duró dos días, el 28 y 29 de enero, y dejó en claro que el Papa no requiere de estrategias que lo posicionen en las principales tendencias de la comunicación global.

Sin embargo, el anterior es uno de los muchos casos de comunicación sin contenido que se ha vuelto la gran tentación de los medios (y hasta de ciertos organismos eclesiales). Junto al caso del grafiti del Papa tuvo lugar el error de la oficina vaticana de prensa al compartir la prematura alegría de que la revista Rolling Stone hubiera elegido a Francisco para su portada tal como lo hicieron Time, Vanity Fair, Forbes, Esquire o The New Yorker. En el contenido, como es de todos sabido, había mucho más en juego que el simple éxito de comunicación del pontífice argentino.

Los abundantes valores positivos del papa Francisco para los modelos de comunicación moderna han provocado no solo el uso sino el abuso de su imagen y de su extensa credibilidad entre la opinión pública por parte de los más insospechados medios y liderazgos de comunicación comercial. Con todo, estos valores positivos mediáticos parecen no casar con el contenido que primordialmente representa el papa Bergoglio: los del Evangelio, la Iglesia, su tradición y su orientación moral. Muchas veces incluso se “jala marca” desde el pontífice para falazmente verificar aspectos contrarios de la Iglesia y su doctrina.

Este problema, sin embargo, no es exclusivo de la coyuntura pontificia, tiene sus raíces en una serie de prácticas negativas de comunicación, también sin contenido, a las que los diferentes organismos de la Iglesia católica se han acostumbrado. Informaciones subterráneas cuando se precisa transparencia, ambiguas cuando se exige puntualidad, simuladas cuando es necesario el compromiso, parciales cuando el tema pide exhaustividad, dogmáticas frente al diálogo y legalistas frente a la caridad. Y, en todos los casos, parece apelarse más a la falacia ad baculum (de la autoridad) para validar los argumentos como certeros. Esto, en una época donde todas las instituciones viven una crisis de representatividad y liderazgo, sencillamente no es eficaz para participar de la comunicación contemporánea.

El ‘momento Francisco’ es una gran ola positiva que la Iglesia puede aprovechar para abrir canales de diálogo y comunicación de su contenido más atesorado: su fe. Esto tiene implicaciones en la responsabilidad diocesana, en las Iglesias particulares y los miembros de las estructuras intermedias configuradoras del tejido social.

Concluyo con la imagen plástica que ha hecho famosa el papa Francisco: la de una Iglesia que sale al encuentro. Si la Iglesia en ocasiones parece encerrada, mirando apenas por el cristal de la ventana, “autista y paranoica”, “autorreferencial y enferma de encierro”, la comunicación eclesial suele vivir en el sótano de esa casa, recibiendo lecturas del exterior y elaborando discursos en un lenguaje que no escucha ni conoce.

El momento actual, abiertamente positivo, es el de una fisura en la roca, entra luz, aire y sonido a través de ella; lo que debemos preguntarnos es si los comunicadores de Iglesia optarán por resanar la grieta para volver a su zona de confort o si utilizarán todos los recursos de su imaginación, audacia y creatividad para establecer un diálogo con el exterior, para aprender sus lenguajes, su brillantez y sus sombras.

@monroyfelipe

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