Por Jaime Septién | Tanto Pepe Alonso como un servidor, teníamos el regreso a nuestros hogares (él a Miami, yo a Querétaro) el jueves 14 de marzo de 2013. Habíamos transmitido juntos por EWTN los días previos y las tres primeras votaciones para elegir al sucesor de Benedicto XVI. Fui a la capilla del canal y pedí a Dios que la elección del Pontífice se resolviera o en la votación de ese día, en la tarde tiempo de Roma, o al día siguiente, en la madrugada, tiempo de Birmingham, Alabama, Estados Unidos (donde se encuentra EWTN).
Al estarnos arreglando para entrar al aire con Bermudez y Dupuy en Roma, le dije a Pepe: “Ya verás que vuelas a Miami con un nuevo Papa”. Habíamos hecho –como todos—predicciones: que si era Oullet, que si Scola, que si un africano (Turkson); que si… Estaba yo hablando a cámara (lo mismo me pasó en 2005, con la elección de Benedicto XVI) y vi el humo blanco más cerca que Bermudez, quien estaba en una azotea cercana a San Pedro. Fue muy emocionante, pero no sabíamos lo que seguía. Pasaron 20 minutos, media hora. Nadie atinaba a decir quién era quien iba a asomarse por el balcón. El cardenal Taurán le puso todavía más emoción al decir el nombre en latín de Jorge Mario, cardenal Bergoglio… Fue la apoteosis. Horas más tarde hablamos con el jefe de prensa de Bergoglio en Buenos Aires (Julio Rimoldi). Le preguntamos Pepe y yo qué había pasado. Dijo: “Me caí de la silla”.
Bromeamos y nos fuimos felices de Birmingham al día siguiente. La fiesta del tiempo nuevo comenzaba. Han sido 365 días de esperanza. La imagen más bella: Benedicto XVI quitándose el solideo la semana pasada. Y el Papa abrazándolo.
Publicado en www.jaimeseptien.com