EDITORIAL

La Plaza de San Pedro está desolada. La bulliciosa ciudad de Roma, siempre llena de turistas, sirenas de policía, filas de visitantes en las maravillas que te asaltan cada esquina, con todo y sus mendigos y vendedores hindús de paraguas, está vacía, triste, bajo una lluvia pertinaz.

El mundo confinado, absorto en el virus que había nacido en China y que ahora se propagaba con una velocidad inusitada hacia todas las geografías humanas. Una bendición “Urbi et Orbi” de urgencia. El pequeño coche se estaciona. El Papa Francisco camina en soledad hacia un templete. Cae la tarde. Es la Statio Orbis, el momento extraordinario de oración que el papa Francisco convocó hace tres años, el 27 de marzo de 2020.

Parecen tres siglos. Y la pregunta de Jesús: “¿Por qué tienen miedo?”. Desde ahí, el Papa habla de que todos vamos en la misma barca. Que nadie se salva solo. “Al atardecer nos encontramos asustados y perdidos”, dice el evangelista”. Una voz de un hombre vestido de blanco, venido del fin del mundo subraya: “No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás”.

Apenas vamos saliendo del túnel. ¿Salimos distintos? “Nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta”, clamaba hace tres años Francisco. La tormenta ha amainado. Todavía no escampa.

 

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de marzo de 2023 No. 1446

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