Por Mónica Muñoz |
Una de las características que distinguen al ser humano de los animales, es la capacidad de hablar, acto que permite a la persona comunicar mensajes y obtener una respuesta de su interlocutor, proceso que se lleva a cabo para alcanzar un fin. De tal modo, las personas hablan entre sí para compartir lo que cada una piensa y necesita transmitir a los demás.
Es ésta una acción sumamente natural, todos en esta vida necesitamos comunicarnos, incluso aquellos que de alguna manera están impedidos para hablar fónicamente, buscan transmitir sus ideas, ya sea a través de señas, gestos, sonidos u otros medios.
Por eso, es de extrañar que, cada día más, las conversaciones “cara a cara” estén siendo desplazadas por las de “cara-libro” debido al uso excesivo de redes sociales, donde los “usuarios” prefieren interactuar con amigos y familiares a través de dispositivos móviles como teléfonos o tabletas electrónicas en vez de platicar con ellos.
Cuando veo películas antiguas, me llega la reflexión sobre la forma en que han cambiado los tiempos, relativamente, en tan pocos años, pues resulta curioso cómo nos ha alcanzado la tecnología a la par del consumismo. Hace unas décadas hubiera sido impensable creer que habría teléfono en las casas, ahora es inimaginable que alguien pueda andar por la vida sin un celular
De igual manera, cuando veo escenas donde el galán conquista a la joven de sus sueños llevando serenata, buscando una estrategia para acercarse a ella con tal de cruzar unas palabras o cortejándola en la ventana de su casa, pienso en que los protagonistas de la cinta morirían de un infarto si pudiesen ver lo que ocurre en la actualidad entre los jóvenes, pues el romanticismo, como todos los objetos que compramos el año pasado, es ya obsoleto.
Con tristeza veo a los muchachos y jovencitas juntos, pero ya no para conversar, sino para sentarse a revisar sus teléfonos, cada uno en su mundo, desaprovechando la oportunidad de conocerse y compartir sus anhelos; no, eso es para los adultos. Tampoco digo que todos, sería injusto generalizar, porque también la gente mayor se ha dejado imbuir por la vorágine de la tecnología. Sin embargo, a pesar de que todavía, cafés, parques y restaurantes están llenos de gente que se reúne para convivir, pareciera que ya no pueden hacerlo sin un distractor de por medio.
Por eso, reitero, el arte de conversar se está perdiendo, nos dimos cuenta desde el momento en que la televisión invadió los hogares para colocarse en un lugar privilegiado: el comedor, donde antes se escuchaba la plática de la familia, después reinó la entretenida programación del duopolio mexicano. Y actualmente, lo que también hubiese sido imposible de lograr, la tele está siendo reemplazada por el internet, presente en todas sus modalidades.
Y sí, resulta que ya no nos molestamos en iniciar una conversación con nuestros seres amados, es más importante revisar lo que escribieron otros que quizá ni conocemos; ignoramos a nuestros interlocutores pero prestamos atención al juego de moda que acabamos de descargar; desaprovechamos la facilidad de tener un teléfono a la mano, y en lugar de hacer una llamada para tener una conversación directa con alguna persona que vive lejos de nosotros, preferimos pegar en su muro alguna imagen con un pensamiento ajeno, pero que indica lo que podríamos haberle dicho personalmente.
Así es, llegamos a situaciones absurdas, como aquellos novios que, trabajando en la misma oficina, espalda con espalda, preferían mandarse mensajes por la computadora que tomarse un tiempo de descanso para hablar frente a frente.
No permitamos que el don inmenso que Dios nos ha regalado para poder decirnos lo que sentimos, esperamos y deseamos caiga en desuso, salgamos de la inercia y hagamos nuestro propio camino, dejemos en casa el celular o por lo menos, apaguémoslo cuando estemos con las personas que nos importan, incluyendo a Dios mismo, pues en el templo sólo debemos hablar con Él.
No pasa nada, de verdad, si prescindimos de los dispositivos móviles para convivir verdaderamente con la gente…perdón, sí pasa, volveremos a ser personas que saben charlar y escuchar con respeto a su receptor.