Cualquier tipo de relación interpersonal requiere de un grado de esfuerzo para mantenerse viva y libre de malentendidos, lo que constituye un reto aún mayor.

Por Mónica Muñoz

A inicios de un nuevo año la mayoría de los planes van encaminados a superar obstáculos que no nos hacen felices, como bajar de peso, dejar de fumar, hacer más ejercicio, mejorar nuestra alimentación, sobre todo porque sabemos que debemos cuidar más nuestra salud física. Por supuesto, es muy loable pensar en estos aspectos, pero también hay quienes se proponen estudiar una carrera, poner un negocio, pulir algún defecto, en fin, que variedad abunda en esos deseos de superar nuestras limitaciones.

Humanos y animales: somos distintos

Por eso, se me ocurre que muchos podríamos incluir en la lista una habilidad que mejoraría en mucho nuestras vidas, en todos los aspectos: la comunicación humana con nuestros semejantes. Parece un tanto repetitivo que enfatice que la comunicación sea “humana”, pero créanlo, en esta época es necesario, pues nos enfrentamos a una extraña característica de la mentalidad actual: mucha gente cree que es mejor relacionarse con un animal que con una persona, por lo que explicaré a continuación mi hipótesis.

Un animal, por mucho que pueda ser querido por sus dueños, no podrá nunca asemejarse a un ser humano, por la sencilla razón de que no somos iguales. Ya sé que existen muchas asociaciones dedicadas a preservar los “derechos” de los animales, y, aclaro, no estoy en contra de que se les proteja, pues viven en el mismo planeta que nosotros y, especialmente los domésticos, dependen nuestros cuidados para subsistir. Pero hay un abismo de distancia entre un animal y una persona. Y no lo digo yo, lo dice la ciencia que hace distinciones claras en la estructura biológica de un ser humano y la de las innumerables especies animales que existen en la tierra.

Diferencias

El punto aquí es que, la comunicación entre personas y animales es limitada, se concreta a satisfacer necesidades básicas y no requiere de esfuerzo emocional para mantener un entendimiento, vaya, que un perro, gato, canario o cualquier otro animal, nunca reclamarán a la persona porque no le de cariño o le ponga atención. Sin embargo, entre seres humanos ese es un punto crucial para una relación sana, llámese padre, madre, hijo, amigo, pareja sentimental, socio, alumno, maestro, jefe, etc. Cualquier tipo de relación interpersonal requiere de un grado de esfuerzo para mantenerse viva y libre de malentendidos. Por eso, es sumamente compleja la comunicación entre personas.

Y más, tratándose de la cuestión de no lastimar u ofender al otro con nuestras palabras, lo que actualmente conocemos como “comunicación asertiva”, ya que, si comunicarse se refiere simplemente a intercambiar mensajes, ser asertivos implica transmitir de tal manera nuestros pensamientos que no ofendan a los demás, pero que tampoco nos denigremos a nosotros mismos.

Por eso es que la comunicación humana es tan complicada. Sobre todo, porque no podemos ir por la vida creyendo que todos tienen la obligación de aguantarnos, ya que somos así, ¿y qué?, por el contrario, es parte de la superación personal el pulir esos detalles de nuestra personalidad que nos hacen ser menos atractivos a los demás, y no me refiero en el aspecto físico, sino al trato amable y respetuoso que puede hacer la diferencia en nuestras relaciones con los demás. Porque a nadie nos gusta que nos griten o que nos critiquen o que se burlen de nosotros, o peor aún, que nos ignoren o hagan menos frente a otros. Esas incapacidades comunicativas hacen que la gente rehúya a quien se comporta de manera tan desagradable, por eso creo que se ha hecho tan popular el dicho aquel de que “entre más conozco a la gente, más quiero a mi perro”.

Aprender a comunicar

Por eso, insisto, requiere mucho trabajo deshacerse de esos rasgos de personalidad que nos alejan de los demás individuos, pero es indispensable para aprender a cultivar relaciones duraderas, ya sea personales, laborales, profesionales o diplomáticas, basta con ver las noticias, cuando no hay cordialidad, estallan los conflictos, y eso pasa en todos los ámbitos de la vida. Si no aprendemos a comunicarnos, viviremos en constante tensión con los demás, por eso, antes de hablar, pensemos muy bien qué queremos decir exactamente, y apliquemos la regla de oro: no hagas a otro lo que no quieras para ti. De este modo, poniéndonos en el lugar del prójimo, podremos dominar nuestra lengua y aprender que, como decía San Francisco de Sales: “se atrapan más moscas con una gota de miel que con un barril de hiel”.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 22 de enero de 2023 No. 1437

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