Por Juan Gaitán |

La Cuaresma es un tiempo ideal para repensar nuestras actitudes ante la vida. En estas semanas se suele reflexionar también acerca del pecado, un concepto que todos manejamos pero que no es tan sencillo de comprender sin desatinos.

Esto está íntimamente relacionado con esos cuestionarios que se proponen como herramientas para realizar el examen de conciencia, como preparación para el sacramento de la Reconciliación, pero resulta que algunos son muy rigurosos y detallistas, y otros demasiado laxos. ¿A quién hacerle caso?

Pensando en esto me pregunté: ¿Puede haber un criterio sencillo para valorar mi comportamiento como cristiano? En una novela (Cometas en el cielo, de Khaled Hosseini) leí que un padre le decía a su hijo que existe un solo pecado: Robar. Quien mata, roba la vida, quien miente, roba el derecho a conocer la verdad, roba la confianza, se roba la sinceridad a sí mismo, etcétera.

Sin embargo, me pareció que el cristianismo, que la radicalidad que propone Jesucristo, va mucho más allá del tener cuidado de no realizar cierto tipo de acciones. Entonces llegué a la conclusión de que todo pecado se puede resumir del siguiente modo: Anteponer mis intereses a los intereses del otro, es decir, amarse uno mismo más de lo que se ama al prójimo.

El papa Francisco no ha dejado de insistir en sus muy variados mensajes que el hombre y la mujer son seres-para-el-encuentro. El ser humano se plenifica a sí mismo en la medida en la que se muestra más abierto al prójimo. El modelo es Jesús crucificado.

Así pues, considero que resulta conveniente tener esto en cuenta durante la Cuaresma: En mi vida diaria, en mis proyectos, ¿pongo mis intereses antes que los intereses y necesidades de los demás? Puede parecer difícil, ¿pero qué es lo realmente cristiano?

Este criterio funciona también como un rápido recurso para descubrir si tal o cual acto que estoy a punto de realizar es conveniente o no, si va de acuerdo al Evangelio o no. Porque quien roba, quien ofende, quien abusa, engaña o miente, está buscando su propio interés, se pone a sí mismo antes que al otro. Más aún, quien no mira las necesidades de los demás, quien no se entrega a sí mismo, quien no vive en permanente actitud de servicio, está anteponiendo sus intereses a los intereses de su prójimo.

Visto de este modo, se podría resumir: Existe un solo pecado, el pecado de ponerse antes que el prójimo, lo cual es todo lo contrario a la actitud de Jesús. Que en este tiempo de Cuaresma nos esforcemos por reacomodar nuestra vida, nuestros proyectos y actitudes para poder ser el más pequeño, el mayor servidor de todos (Cfr. Mt 23, 11).

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