Por Mary Velázquez Dorantes
La cuaresma es un tiempo fuerte, es un tiempo de disposición para centrarnos en el misterio de la muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Como católicos, no podemos ni debemos evadir este tiempo. Hemos de pasar por el desierto para encontrarnos con Jesús, debemos prepararnos para celebrar nuestros ritos litúrgicos, pero también para hacer penitencia y reconciliarnos con nuestro Padre que es bueno y abunda en misericordia. No obstante, en pleno siglo XXI pareciera que no visualizamos esta gran oportunidad, o quizás nos sentimos desarmados para hacerlo. Es por ello que te dejamos algunos puntos claves que nos ayudarán a vivir el tiempo cuaresmal de cara a nuestra fe.
Escuchar la palabra de Dios
No existe un tiempo cuaresmal con oídos sordos a la Palabra de Dios. Desde el Miércoles de Ceniza hasta el Triduo Pascual, el Evangelio es claro, contundente. Aquí comienza la preparación, por lo tanto elige un momento del día para leer el Evangelio y meditarlo. También lo puedes escuchar desde una aplicación. Busca un espacio en silencio y pacificador para reflexionarlo, e incluso puedes realizar anotaciones en un diario. Algunos textos bíblicos recomendados son la parábola de la higuera estéril (Lc. 13, 6-9) y el texto de la Transfiguración (Mt 17, 1-2).
Refuerza tu identidad
De forma personal o colectiva, la cuaresma se puede vivir de la mano de retiros, momentos de oración y prácticas solidarias. Es un llamado para acercarnos a nuestras parroquias y participar de momentos clave que nos refuerzan nuestra identidad cristiana. Acudir a pláticas formativas, a retiros de silencio y prácticas de comunidad para los más necesitados. Estas son tareas que podemos ejecutar durante el período cuaresmal. Es un tiempo clave para vencer la tentación con la mirada puesta en Dios, pero también en el hermano. Es un quehacer personal pero también se hace en comunidad.
Entender el sacrificio
En estos tiempos rehuimos del sacrificio y el dolor, sin embargo, la orden de los Agustinos nos recuerda que para un cristiano católico el sacrificio va mucho más allá de un simple esfuerzo, y que está relacionado con el amor. Por eso es que la Cuaresma nos enseña que las mortificaciones sirven para comprender el significado del amor, por ello sacrificarnos significa renunciar a aquello que nos costará mucho y será quizás muy difícil. Realizar un examen de conciencia nos ayudará a revelar el pecado que tanto nos persigue y al que podemos renunciar. No se trata de sacrificar un día sin carne, sino hacer penitencia.
La conversión gracias al sacramento
Esforzarnos en un acto de penitencia significa ponernos de rodillas ante el Sacramento de la Confesión, poner en manos de la reconciliación nuestros desiertos personales, rechazar aquello que pensamos y hacemos gracias a la reconciliación en el sacramento. Una conversión interior se reflejará en el exterior. Debemos hacer una lista de todo aquello que nunca hemos confesado, acudir tres veces al sacramento durante la Cuaresma, pedir a Dios nos ilumine en este camino.
Aceptar que todos somos tentados
La tentación no es un pecado, y sucederá a lo largo de toda nuestra vida. Tentación tampoco es sinónimo de debilidad espiritual, es algo humano, no obstante, cuando reconocemos que podemos ser tentados pero que dicha tentación no se resuelve personalmente sino con la ayuda de Dios y su palabra, podemos salir adelante. Jesús fue tentado en su condición de humano, pero nos dejó un legado importante: ¡No dialogar con la tentación y menos con el tentador! La Cuaresma nos enseña a tener la necesidad de la gracia de Dios, nos pone en dialogo directo para levantarnos de esas tentaciones. El primer paso es aceptar que somos tentados y que esas caídas se superan con la oración, el ayuno, con un propósito cuaresmal y con las obras de misericordia.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 11 de febrero de 2024 No. 1492