Por Fernando Pascual |
Cada año millones de embriones y fetos humanos son eliminados en el seno de sus madres. El fenómeno del aborto muestra, en proporciones gigantescas, una de las grandes periferias de nuestro mundo.
¿Por qué hay embriones no amados? Los motivos son muchos. Los resultados son tremendamente trágicos: hijos destruidos, corazones de madres atravesados por un daño profundo y duradero
Los hombres y mujeres de buena voluntad no pueden asistir pasivamente a este inmenso drama. Si hay seres humanos necesitados de ayuda, comprensión, acompañamiento, hay que salir de uno mismo para despertar conciencias y para proteger vidas.
Gracias a Dios, en muchos lugares del planeta hay personas individuales y grupos que buscan ayudar a una madre para la que la presión externa o falsas ideas de “autorrealización” no la lleven al gesto irremediable de acabar con la vida del propio hijo.
Esas personas y esos grupos forman la enorme galaxia provida. Acogen así la voz perentoria de Juan Pablo II que, en su encíclica “Evangelium vitae” (1995) invitaba a “una movilización general de las conciencias y un esfuerzo ético común, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida” (“Evangelium vitae” n. 95).
Gracias a tantos salvadores de inocentes y promotores de la justicia, miles de niños son rescatados cada año. Parece poco frente al enorme número de abortos mal llamados legales que cercenan millones de vidas humanas. Pero en el rescate de cada hijo brilla una nueva esperanza: la periferia ha sido alcanzada por manos y por corazones que dignifican la vida de esos hijos, de sus madres y de quienes las ayudaron a dar un sí al amor y a la acogida.