Por P. Fernando Pascual

Hay dos necesidades que nos resultan irrenunciables: la comida y el cariño.

Necesitamos comida porque somos seres vivos, porque consumimos energía en las actividades más sencillas, porque incluso las neuronas “comen” mucho mientras dormimos.

Necesitamos cariño porque somos seres espirituales, abiertos a dar y a recibir amor, necesitados de corazones que nos quieran.

La agricultura existe para atender la necesidad de la comida. Por eso los campesinos, ganaderos y pescadores merecen toda nuestra gratitud y apoyo.

Podríamos pensar que la psicología y otras disciplinas afines atienden en parte la necesidad de cariño, pero en realidad su cometido suele estar circunscrito en el tiempo y según necesidades concretas.

La necesidad de cariño solo puede ser satisfecha gracias a personas cercanas que nos conocen, que nos apoyan, que nos aprecian, que nos corrigen (también una buena corrección es señal de cariño).

Esas personas están en la familia, en el puesto de trabajo, en el club, incluso en encuentros casuales en los que nos sentimos acogidos y amados.

Millones de seres humanos sufren hambre, a pesar de que hay posibilidades técnicas para producir comida para todos.

Millones, muchos millones, de seres humanos sufren la falta de cariño, porque en casa, en el trabajo, en la escuela y en otros ámbitos no reciben eso que tanto necesitan.

Cuando tenga ante mí un poco de comida, sentiré en mi corazón el deseo de dar gracias a quienes la produjeron y a quienes la trajeron hasta nuestro barrio.

Cuando reciba cariño, reconoceré en quien me lo ofrece esa grandeza de alma que le ha permitido salir de sí mismo para darme apoyo en las dimensiones más íntimas de mi corazón.

Sobre todo, ante la comida y el cariño que recibo, intentaré descubrir la presencia de un Dios que cuida de los campos, que embellece los lirios, que llena de vida los trigales y los ciruelos, y que acompaña con un cariño inmenso a cada uno de sus hijos…

 


 

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