Por Jorge E. Traslosheros H. |
El Papa Francisco es un reformador clásico de pura cepa en el largo aliento, en la coyuntura y en su toque personal. Busca reformar a la Iglesia hoy, afirmando su identidad con lo mejor de su historia.
El pontificado de Francisco confirma la feliz recepción transgeneracional del Concilio Vaticano II, cuyo punto de inflexión es la renuncia de Benedicto XVI. Mejor aún, es portador de su especificidad latinoamericana que consiste en poner a la Iglesia en estado de misión, para lo cual no hace falta convertirla en vanguardia revolucionaria y mucho menos el asalto al poder. Se trata de vivir el gozo de ser amigo de Jesús y dar testimonio de su amistad ahí donde Dios ha puesto a cada quien, en diálogo con los demás, ajustando la pastoral y su organización al intento.
Lo anterior se puede observar en cómo Francisco da vida a la reforma litúrgica emprendida desde antes del Concilio Vaticano II. De Guardini a Ratzinger, de quienes Francisco es confeso continuador, la reforma ha tenido por objetivo recuperar la belleza y sentido de las cuatro comuniones que se viven en la liturgia: con la misericordia de Dios, con la Palabra, en la eucaristía y con la Iglesia. Cada mañana, en Santa Martha, da testimonio de cómo llevarla a cabo.
La estrategia reformadora del Papa sigue la lógica del santo cura de Ars. Este humilde cura de un pueblucho francés decía que la Iglesia se construye del altar hacia la calle, es decir, la Iglesia de puertas abiertas que busca Francisco. Como dijo el Cardenal Lajolo, este Papa es el párroco universal. Para entenderlo conviene revisar la biografía del cura de Ars.
Francisco, en la coyuntura, ha dado fuerza a las reformas emprendidas por Benedicto XVI. Formó el ministerio de economía para la Santa Sede y el Vaticano, mantiene el ritmo en el Instituto de las Obras de Religión y está formando un órgano espacial para redoblar esfuerzos en la protección de menores.
Francisco da visibilidad a esta continuidad en su relación con Benedicto XVI ,y ambos dan testimonio de lo que significa la comunión de los bautizados. Insisto, lo que Ratzinger es para la teología, Francisco lo es para la pastoral. Me parece una perversidad pretender que entre ellos exista ruptura. Sería tanto como afirmar que entre San Francisco de Asis y Santo Tomás de Aquino no hubiera comunión y continuidad. La Iglesia es la diversidad de sus carismas.
Francisco, a su vez, ha escogido los tópicos que serán su marca personal. La reforma a la vida religiosa, de lo cual ya hemos tratado, la transformación de la curia y, su predilecto, la familia y el matrimonio. Estas últimas como realidades muy sensibles en la vida de los laicos. Estamos claramente ante una emergencia pastoral y un enorme reto doctrinario. La Familia y el matrimonio son dos instituciones que sufren como pocas el ataque directo de la cultura del descarte. Francisco ha provocando un intenso debate al interior de la Iglesia sobre el tema, le dedicó ya el primer consistorio de cardenales y le dedicará un sínodo extraordinario y otro ordinario de obispos, para cerrar con la jornada mundial de las familias en Filadelfia, en 2015.
Lo mejor es que el pontificado de Francisco apenas comienza y su liderazgo está consolidado. Para lo venidero, recomiendo abrocharse los cinturones de seguridad pues esto se pondrá muy emocionante. ¡Enhorabuena!
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