Por Jaime Septién | La homilía de ayer del Papa Francisco en Santa Marta realmente tocó la fibra íntima de lo que hoy se conoce como la “cristofobia”. En palabras del Papa, “el mundo no tolera la divinidad de Cristo; no tolera el Evangelio, no tolera las bienaventuranzas”.

En efecto, son tres intolerancias de los “tolerantes”. No se puede hablar de Cristo “porque ofende a los ateos”; no se puede hablar del Evangelio, “porque se escribió hace dos mil años”; no se puede hablar de las bienaventuranzas “porque son imposibles de vivir”. Y como todo esto golpea la sensibilidad moderna, lo mejor es volver a convertir la fe en una cuestión subjetiva, en un hecho absolutamente privado, como en el Siglo XIX.

La palabra del Papa nos punza, especialmente, a los creyentes. ¿Cómo nos dejamos arrebatar con tanta facilidad nuestro tesoro? Sí, la persecución es un hecho. Pero nadie nos había dicho lo contrario, mucho menos Jesús. Nuestra idea de cristianismo comodón es una falacia. El Papa nos está quitando lo flojos. ¿Qué existe intolerancia de los “tolerantes”? No pasa nada. Lo que no podemos, eso sí, es actuar frente a ellos como si Jesús no existiera. Como si fuera un estorbo.

Jaime Septién

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