Por Sergio Guzmán, S.J. |
El Santo Padre Francisco para vivir esta Cuaresma 2014 nos invita a recordar las Palabras de Pablo: “Pues ya conocen la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2 Co 8, 9) y nos dice: “Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: ‘siendo rico, se hizo pobre por nosotros’. Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se ‘vació’, para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama”.
La Strada de Federico Fellini (EUA, 1954, 104 min.)
Esta película nos habla de un amor hasta el extremo (cfr. Jn 13, 1). Gelsomina (Giulietta Masina, sin igual) es vendida por su madre al circiense y brutal Zampanó (Anthony Quinn, magnífico). Pese a la actitud agresiva y violenta de Zampanó, la muchaha se siente atraída por este estilo de vida en la strada (la calle); sobre todo cuando su dueño la incluye como parte del espectáculo. Aunque varios de los personajes que se encuentra en el camino le ofrecen que se una a ellos, Gelsomina no se separa de su amado. En esta muchacha inocente hay por supuesto una figura crística. “La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros”, nos dice el Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma.
El hombre equivocado de Alfred Hitchcock (EUA, 1956, 105 min.)
La película trata una historia real. La de Christopher Emmanuel Balestrero, un hombre acusado de un crimen que no había cometido. Llama la atención lo que significan sus nombres: Cristobal, “el que lleva a Cristo”; Emmanuel, “Dios con nosotros”. Con una excelente interpretación de Henry Fonda vemos a este hombre bueno (honrado, felizmente casado, padre ejemplar), llevado de un lado a otro como Jesús en su pasión (cfr. Lc 22-23). Ante el tribunal, en unas escenas impactantes y conmovedoras, podemos exclamar: “Verdaderamente este hombre era justo” (Lc 23, 47). Una película, como tantas de Hitchcock, que no nos deja tranquilos… y nos lleva a reflexionar en lo que no dice el Papa Francisco: “En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo”.
La Fiesta de Babette de Gabriel Axel (Dinamarca, 1987, 102 min.)
Una de las películas predilectas del Papa Francisco. Dejemos que él mismo nos la recomiende: “La fiesta de Babette, donde se ve un caso típico de exageración de los límites prohibitivos. Sus protagonistas son personas que viven un exagerado calvinismo puritano, a tal punto que la redención de Cristo se vive como una negación de los cosas de este mundo. Cuando llega la frescura de la libertad, del derroche en una cena, todos terminan transformados. En verdad, esa comunidad no sabía lo que era la felicidad. Vivía aplastada por el dolor. Estaba adherida a lo pálido de la vida. Le tenía miedo al amor” (del libro El jesuita: conversaciones con el cardenal Jorge Bergoglio de Sergio Rubín, pág. 41). Hermosa película que nos evoca la Eucaristía, la fiesta y memorial de Jesús que se entrega por nosotros.
Así en la Tierra como en el cielo (As It Is in Haven) de Kay Pollack, Suecia, 2004.
Daniel Daréus es un reconocido director de orquesta que, después de sufrir un infarto en un concierto, decide hacer un alto en su agitada vida. Cancela todos sus compromisos de agenda y se retira a su pueblo natal para descansar y escuchar su corazón. Alejado del bullicio de la ciudad y del glamour al que estaba acostumbrado, va recuperando y entregando su vida: “Desde niño soñaba crear música que le abriera el corazón a la gente”, confiesa en un momento. En esta bella historia podemos constatar lo que dice el Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma: “Cuando Jesús nos invita a tomar su ‘yugo llevadero’, nos invita a enriquecernos con esta ‘rica pobreza’ y ‘pobre riqueza’ suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito” (cfr. Rom 8, 29).
Gran Torino de Clint Eastwood (EUA, 2008, 116 min.)
Gran Torino bien podría ser una parábola cristiana. El protagonista, Walt Kowalski (Clint Eastwood, estupendo), nos recuerda al buen samaritano (cfr. Lc 10, 25-37), al padre bueno (cfr. Lc 15, 11-32) y al cordero pascual (cfr. Jn 12, 23-24). Kowalski, después de una noche oscura llena de dudas, de hacerse un traje a la medida, de ir a confesarse, de sentirse en paz; camina decidido, sin ningún arma, a enfrentar a la pandilla que tanta muerte ha traído al barrio. Desde una cámara en el cielo podemos ver a nuestro protagonista que nos recuerda al cordero que derrama su sangre por la salvación de todos (cfr. 1 Pe 1, 18-19) y recordar las palabras del Papa Francisco: “Los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas”.