Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión homilética 5 de marzo de 2023
SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
La liturgia nos invita a salir en pos de Jesucristo para contemplar su transfiguración precisamente en este segundo domingo de cuaresma
¿Por qué lo hace?
Sigamos las distintas lecturas y nos daremos cuenta de que se trata de imitar a Jesús que sale del seno del Padre para estar con nosotros y traernos la salvación.
Con su transfiguración quiere recordarnos que, si salimos nosotros de nuestros intereses, de nuestros vicios y pecados, seremos también un día transfigurados y convertidos en su propia imagen.
De todas maneras, es bueno que, una vez más, recordemos que la transfiguración viene a ser un milagro al revés, porque Jesús debería trasparentar continuamente en su cuerpo la gloria de su persona divina, y, sin embargo, la tiene oculta en un cuerpo humano como cualquier hombre y solo la manifiesta en algún momento concreto como vemos en este domingo.
Génesis
«El Señor dijo a Abram: Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré».
Dios le hace unas promesas maravillosas. Lo más interesante es que siendo ya de edad avanzada y su mujer estéril, le promete hacer de él un gran pueblo y darle toda clase de bendiciones.
No sabemos qué pensó Abraham porque el Señor no le concretó nada.
No le dijo a qué tierra debía ir ni cómo iba a ser su descendencia.
Lo que sí sabemos es que era un hombre de fe, modelo para todos y que simplemente se «marchó como le había dicho el Señor».
Salmo 32
El salmista proclama la Palabra del Señor como muy sincera y consecuente con todas sus acciones para con el hombre:
«Dios ama la justicia y el derecho y su misericordia llena la tierra».
Por otra parte, invitando a la respuesta de cada uno, nos dice:
«Nosotros aguardamos al Señor: Él es nuestro auxilio y escudo».
Por eso pedimos: «Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti».
San Pablo
Dios «nos salvó y nos llamó a una vida santa». Y esto, no porque nosotros tengamos grandes méritos, sino por una disposición divina por la cual «Dios dispuso darnos su gracia por medio de Jesucristo».
Esta gracia se ha manifestado, de hecho, cuando «apareció nuestro Señor Jesucristo que destruyó la muerte y sacó a luz la vida inmortal por medio del Evangelio».
La grandeza de este Jesús la veremos en el Evangelio de hoy.
Versículo de aclamación
Recoge lo que es el corazón del Evangelio de este día:
«En el esplendor de la nube (símbolo del Espíritu Santo) se oyó la voz del Padre: “este es mi Hijo, el amado: escuchadle».
Evangelio
Nos encontramos en el monte Tabor con tres escenas de tres personajes cada una:
+ En la primera Jesús, hermoso y transfigurado, con los grandes representantes del Antiguo Testamento, Moisés y Elías, que conversan sobre la muerte de Jesucristo.
+ En la segunda, los tres predilectos: Pedro, Santiago y Juan, que admiran la escena y «caen de bruces llenos de espanto». Y Pedro, como fuera de sí, exclama:
«Señor, qué bien se está aquí.
Si quieres haré tres tiendas. Una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».
+ La tercera escena nos presenta a la Santísima Trinidad: en la nube está simbolizado el Espíritu Santo, el Hijo está transfigurado y el Padre deja oír su voz y nos da su gran mandato:
«Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».
Al bajar del monte, para que los discípulos entendieran la lección, Jesús les advierte que deben guardar secreto lo que han visto y tener presente que, antes de su glorificación, tiene que ser ajusticiado y resucitar.
Que el recuerdo de la transfiguración de Jesús nos ayude también a nosotros a caminar con esperanza por la cuaresma a la pascua.
Imagen de Helena Mohlin en Pixabay