Por Justo López Melús (+) |
En la vida hay muchas cosas que valen más que el dinero. Hay tesoros espirituales que valen más que todas las riquezas. Hay detalles, ráfagas de luz, que pueden endulzar la existencia. Como aquel preso, siempre encerrado en su celda, que se sentía feliz porque por una pequeña claraboya entraba el sol durante un rato y podía ver por la noche las estrellas.
Como aquel aldeano que supo que un monje pasaba por su pueblo con una piedra preciosa que podía hacerle rico: «Dame la piedra», le dijo. El monje revolvió en su bolsa y sacó un diamante. «¿Es esta la piedra que quieres? La encontré en el bosque. ¡Tómala!». El aldeano la tomó y salió corriendo hacia su casa. Aquella noche no pudo dormir. Al día siguiente, muy temprano, fue a buscar al monje y le dijo: «Aquí está el diamante. Quiero la riqueza que te permite desprenderte del diamante».