REPORTAJE | Por Gilberto Hernández García |
Van de pueblo en pueblo, en caravana. Montan sus carpas para presentar funciones de cine o espectáculos circenses; son adivinadores de la suerte, lectores del tarot, sanadores del espíritu; vendedores de utensilios, ropa, pulseras, aretes y collares fabricadas por ellos. A donde quiera que llegan llaman la atención por sus atuendos y su porte y hablar distinto; provocan, a la vez, «curiosidad y temor». En México son conocidos como «húngaros» (porque los primeros grupos llegaron precisamente de Hungría) y traen cargando una serie de estigmas, esa fama que se les ha «colgado» y no pueden quitar: «ladrones, robachicos (niños), embaucadores y supersticiosos…»
Se trata de grupos de Gitanos, que llegaron a Europa, en sucesivas etapas, hace más de mil años provenientes de la India. «De los primeros que llegaron a Europa, se conservan referencias de pequeños grupos de peregrinos, guiados por un conde o duque, que viajaban hablando una lengua propia, causando la extrañeza de los lugareños. Eran campesinos, pastores, músicos…», señala la Fundación Secretariado Gitano (FSG).
La palabra «gitano» proviene de la denominación de «egipcianos» que se daba a los primeros llegados a España, que decían venir de una región griega llamada Pequeño Egipto. «Rom» es el nombre que designa a los gitanos en la lengua gitana –el romanés– y significa «hombre». El femenino es «romí» (mujer) y el plural «roma». En español, también es frecuente el uso del término «romanís».
Hoy en día la comunidad gitana está repartida por todo el mundo. Según datos del mismo FSG, en Europa viven entre 10 y 12 millones, principalmente en países como Rumania (2 millones), España (650 mil), Eslovaquia, Bulgaria, Hungría, Grecia, Francia. La presencia gitana se extiende además a otros países como Turquía, Estados Unidos, México, Colombia y Brasil, entre otros.
Pobreza y persecución: huellas de su historia
Según informes de la Unión Europea, los Gitanos son los ciudadanos más pobres de ese continente y la principal minoría de Europa; el 90% de ellos vive por debajo del umbral de la pobreza. Muchos de ellos viven en campamentos o casas rodantes aislados y detestados por el resto de la sociedad. Su sufrimiento se remonta al tiempo que llegaron al Occidente.
Su historia ha estado marcada por la persecución: a lo largo de su estadía en Europa muchos países aprobaron leyes para suprimir su cultura y mantenerlos marginados. En el siglo XV fueron esclavizados en Hungría y Rumania. En el siglo XX fueron objeto del exterminio en la Alemania nazi: se calcula que en el Holocausto murió entre el 25 y el 70% de la población romaní de Europa.
Gitanos en México: entre la curiosidad y el temor
Hace años, la revista People on the move señalaba a propósito de «los húngaros» en México: «En virtud del concepto que se tiene de ellos en estos lugares y en muchas otras partes de la República, nuestros hermanos y hermanas gitanos se aíslan, porque a pesar de que muchos de ellos son mexicanos por nacimiento, no han simpatizado tampoco ni con las costumbres ni con los habitantes de este país y por lo mismo, no surgen raíces que puedan, en un momento dado sedentarizarlos».
La religiosa scalabriniana Maruja Padre Juan, comenta sobre los valores que este pueblo errante entraña: «Es raro que en la sociedad mexicana se hallen quienes adviertan las peculiaridades positivas del pueblo gitano, como el hecho de que mantienen profundos vínculos de parentesco y solidaridad, que no se restringen solamente a la unidad familiar o al clan. Destacan entre sus valores más arraigados: El respeto a los mayores, la honradez en relación a otros gitanos, la fidelidad matrimonial, el culto a los muertos, vitalidad de este pueblo que siempre ha sabido resurgir del dolor y de la opresión, con renovado amor, gracias a sus valores de solidaridad familiar y de la celebración de la vida».
Desafíos para la Iglesia católica
La semana pasada, el Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, el cardenal Antonio Maria Vegliò, envió a los miembros del Comité Católico Internacional para los Gitanos (CCIT por sus siglas en francés) un mensaje con motivo de la reunión de ese organismo dedicado a la atención pastoral de este pueblo. En el documento se lee:
“En nuestro mundo globalizado se siguen construyendo muros que dividen a pueblos del mismo continente, a gentes del mismo país o a personas de la misma ciudad. Incluso entre los países europeos, algunos todavía están influenciados negativamente en sus decisiones políticas hacia los romaníes, de los que ustedes están cerca con sus respectivos compromisos pastorales».
El presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes señaló que “los gitanos necesitan de la humanidad de las sociedades en las que viven para sentirse miembros de la familia humana, beneficiándose de los derechos de los que gozan los otros miembros de la comunidad en el respeto de su dignidad y de su identidad».
El Cardenal Vegliò subrayaba el enorme desafío que significa para la Iglesia acompañar al pueblo Gitano: «para derribar los muros se inicia en el corazón, primer espacio en el que incluir al otro, y hasta que los corazones no se abran no será fácil alcanzar una sociedad inclusiva».
El Cardenal enfatizó que «la Iglesia puede ser fuente de inspiración y puede hacer confluir los esfuerzos en un compromiso común para afrontar los dilemas que están a la base de las dificultades humanas de los gitanos. La Iglesia tiene la tarea de llevar el Evangelio de Jesús en medio de ellos, pero también de apoyar su sueño de integración que pasa por la educación, la salud, el empleo y la vivienda. Todo ello en colaboración con las personas de buena voluntad».
Iglesia católica: tímido acompañamiento
Aunque la relación entre los romanís y la Iglesia católica no ha sido muy edificante, al contrario ha prevalecido de parte de ella una iniferencia ancestral, incluso persecución, en las últimas décadas ha buscado una cercanía más benéfica, como lo pedía el Concilio Vaticano II. Así, la Iglesia ha venido acompañando al pueblo Gitano de una manera pastoral apenas desde 1976, por medio del Comité Catholique International pour les Tsiganes (CCIT), organismo que nació a partir de encuentros informales organizados en Francia, por el sacerdote francés Yoschka Barthélemy y por el matrimonio belga Elisa y Léon Tambour, para responder a la exigencia de una reflexión a nivel internacional sobre las comunidades gitanas y sobre su condición humana y espiritual.
Desde su constitución, el Comité trabaja en colaboración con la Iglesia y tiene lazos particulares con el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes y los Itinerantes. Reúne a personas comprometidas en el campo de la promoción humana y espiritual de los gitanos y se propone ayudar a que cada uno actúe con el espíritu de Cristo para que los gitanos y “payos” (no gitanos) puedan vivir juntos el Evangelio en todas sus dimensiones; se propone sensibilizar a las Iglesias y a las comunidades cristianas sobre la condición de los gitanos para que sean reconocidos, aceptados y amados.
Por su parte el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Emigrantes y los Itinerantes elaboró el documento «Orientaciones para una pastoral de los gitanos», que es «una referencia fundamental» para los agentes de pastoral que prestan su servicio a favor de este pueblo.