Por Juan Gaitán |

Desgraciadamente, en Occidente sabemos muy poco acerca de las Iglesias Orientales. Una de las razones de este desconocimiento, en resumidas cuentas, es que desde el año 1054 la Iglesia Latina (Católica) y la Iglesia Ortodoxa viven bajo una separación triste y dolorosa, aun cuando ambas cuentan con la Sucesión Apostólica (sus obispos son sucesores directos de los apóstoles).

«Que sean una sola cosa… para que el mundo crea» (Jn 17, 21). Con estas palabras tomadas del Evangelio, el papa Francisco cerró su discurso ante el Patriarca Ecuménico Bartolomé I. Si nos quedamos en el plano superficial, este versículo podría parecer un mero recurso “político” para establecer buenas relaciones, pero es mucho más que eso.

El asunto es una cosa compleja. El cisma entre las Iglesias Occidental y Oriental tiene múltiples razones históricas, políticas, sociales, teológicas, etcétera. Sin embargo, el versículo golpea con dureza: Que en medio de un mundo de divisiones, sin esperanza, sin compromisos, quienes creen en Cristo «sean una sola cosa…. para que el mundo crea.»

Si entre los hermanos no nos amamos, ¿cómo podremos amar a nuestros enemigos, amar hasta el extremo, amar como Cristo ama?

La unión: Testimonio de que Dios vive

Esta realidad de división, en el contexto de la visita del Papa a Tierra Santa, hizo que las palabras del Evangelio repercutieran en mi corazón: «que sean una sola cosa», que estén unidos, que vivan en comunidad, porque sólo así se puede vivir el cristianismo.

Entonces, pensaba no tanto en la división entre las grandes Iglesias Latina y Ortodoxa, sino en nuestras pequeñas comunidades y familias cristianas. El mundo se niega a creer en un amor hasta el extremo, y la desunión y pleitos en nuestras comunidades son un anti-testimonio que no genera vida, sino muerte; que hace parecer que la Resurrección no ha tocado nuestras existencias.

Quienes participamos de parroquias divididas o las familias que se maltratan tenemos el reto justo frente a nosotros: ser una sola cosa, como Jesucristo y el Padre, para que el mundo crea. Pues mundo, quizá hoy más que nunca, necesita del testimonio de las comunidades que saben sobrellevar sus diferencias en nombre del amor, como lo hicieron los discípulos.

Ahora bien, esta reflexión quedaría incompleta si no descendemos a lo práctico, y por eso aquí tres acciones concretas que ayudan fomentar la unión dentro de nuestras comunidades:

  1. Orar por aquellos con quienes nos hemos enemistado: Hacerlo de corazón y pedir a Dios por su bienestar.
  2. Nunca juzgar: Esto le corresponde a Dios. Sólo él puede conocer las circunstancias y las intenciones conscientes e inconscientes de los demás. Juzgar es querer ponerse en el lugar de Dios.
  3. Caminar juntos: Ir hacia los puntos de coincidencia para apoyarse en ellos, antes que insistir en las diferencias.

Que esta Pascua sea un tiempo para dar testimonio de la Resurrección a través del perdón, la reconciliación y la unión entre los mismos cristianos, porque, como dice el dicho, cada quien sabe de qué pie cojea.

Por favor, síguenos y comparte: