Por Jorge E. Traslosheros H. |

Uno de los efectos del Concilio Vaticano II ha sido la expansiva presencia de la Iglesia Católica en organismos internacionales, de manera especial en el archipiélago vinculado a la ONU.

Su caso es particular porque la catolicidad, representada por la Santa Sede y el Vaticano, no es una nación, ni un país, sino una comunidad religiosa que promueve una cultura centrada en la dignidad humana, en diálogo con diversas culturas, religiones y expresiones políticas.

Su voz en los foros internacionales resulta molesta a ciertos grupos insertos en la ONU, muy vociferantes, cuyas agendas culturales promueven una serie de acciones que los católicos identificamos con la cultura del descarte y de la muerte —en especial aborto, eutanasia y eugenesia—, y que lastiman a los grupos más vulnerables de la sociedad. El cumplimiento de esta agenda suele exigirse a los países más pobres a cambio de apoyos, como ha denunciado la Iglesia en reiteradas ocasiones.

Estos grupos mantienen un actitud agresiva contra la Iglesia con el fin de generar pánico moral en su contra. Durante el presente año hemos tenido ocasión de observar de cerca esta dinámica en las comparecencias de la Santa Sede ante los grupos de “expertos” (es un decir) que dan seguimiento a la Convención de los Derechos de los Niños y la Convención contra la Tortura.

En ambos casos, utilizaron el abuso contra menores cometidos por algunos clérigos como arma arrojadiza, sin tomar en cuenta lo mucho caminado en la materia, para exigir a la Iglesia que cambie su doctrina sobre la dignidad humana. Sus argumentos se agarraron a cachetadas con la lógica. Por ejemplo, presentaron la defensa de los seres humanos concebidos como un atentado contra la protección a la niñez o, mejor aún, como una forma de tortura.

Lejos de caer en la tentación del intercambio de golpes, los burdos ataques fueron respondidos de manera enérgica y diplomática, siguiendo la lógica evangélica de presentar la otra mejilla. Esta no consiste en callar por falsa prudencia, sino en invitar siempre a la razón tal y como hiciera Jesús al recibir los golpes del centurión. La respuesta se desarrolló en dos momentos.

Primero, a través del arzobispo Tomasi quien representó a la Santa Sede. A los groseros cuestionamientos respondió con firmeza y claridad. Notable resultó su decidida oposición a la tortura de los menores, empezando por aquella a la cual son sometidos los bebés dentro del seno materno, notablemente en los procedimientos de abortos tardíos y por nacimiento parcial. (Querido lector, si tiene estómago, le invito a revisar lo que sucede en estos casos y comprobará cuánta razón tiene la Iglesia).

Segundo, a través del Papa Francisco quien recibió en el Vaticano a la plana mayor de la ONU, encabezada por su presidente Ban Ki Moon. Llamó a una transformación ética mundial que ponga la dignidad humana en el centro, para combatir con fuerza la cultura de la muerte y del descarte y así promover de manera integral a cada persona desde la fecundación hasta la muerte natural. Como respuesta, recibió el reconocimiento de Ban Ki Moon a las acciones que la Iglesia desarrolla en el mundo y la invitación para visitar la ONU. Esto sucederá, probablemente, durante la Jornada Mundial de la Familia a celebrarse en Filadelfia, en 2015. Así es como la Iglesia participa en el esenario internacional practicando la diplomacia de la otra mejilla, esto es, llamando a la razón.

jorge.traslosheros@cisav.org
Twitter: @trasjor

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