CRÓNICA: VIAJE PAPAL A TIERRA SANTA |

Luego del encuentro privado que sostuvieron en la sede de la nunciatura apostólica en Jerusalén, el Papa Francisco y el Patriarca Bartolomé  se dirigieron a la Basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén, donde participaron en una celebración ecuménica, ahí también tomaron parte los Ordinarios de Tierra Santa, el arzobispo sirio, el arzobispo etíope, el obispo anglicano, el obispo luterano y otros obispos.

No tengan miedo

Luego de una liturgia de la Palabra, el Patriarca de Constantinopla dijo: «Hemos venido “a ver el sepulcro” como las mujeres que llevaban mirra el primer día de la semana, y también nosotros, como ellas, escuchamos la exhortación del Ángel: “No tengan miedo”. Quiten todo temor de sus corazones, no duden, no desesperen. Esta Tumba irradia un mensaje de ánimo, de esperanza y de vida».

Además, prosiguió el Patriarca Ecuménico, «hay otro mensaje que surge de esta venerable Tumba, ante la que nos encontramos en este momento. Es el mensaje de que no se puede programar la historia; que la última palabra de la historia no pertenece al hombre, sino a Dios. En vano vigilaron los guardias del poder secular esta Tumba. En vano colocaron una piedra muy grande bloqueando la puerta de la Tumba, para que nadie pudiera moverla. En vano hacen sus estrategias a largo plazo los poderosos de este mundo – todo está supeditado en último término al juicio y a la voluntad de Dios. Todo intento de la humanidad contemporánea de programar el futuro por su cuenta, sin contar con Dios, constituye una vana presunción».

Y, finalmente, recordó, «esta Tumba sagrada nos invita a vencer otro miedo que es quizás el más extendido en nuestra época moderna: el miedo al otro, el miedo a lo diferente, el miedo al que sigue otro credo, otra religión u otra confesión. La discriminación racial o de cualquier otro tipo está todavía generalizada en muchas de nuestras sociedades contemporáneas; y lo peor es que frecuentemente incluso impregna la vida religiosa de los pueblos. El fanatismo religioso amenaza la paz en muchas regiones de la tierra, donde incluso el don de la vida es sacrificado en el altar del odio religioso. En estas circunstancias, el mensaje de la tumba vivificante es urgente y claro: amor al otro, al diferente, a los seguidores de otros credos y de otras confesiones. Amarlos como a hermanos y hermanas. El odio lleva a la muerte mientras que el amor “expulsa el temor” y conduce a la vida».

 

Después del discurso de Bartolomé I, llegó el turno de Papa Francisco, quien besó la mano de Bartolomé antes de comenzar. «Es una gracia extraordinaria estar aquí reunidos en oración. El Sepulcro vacío, ese sepulcro nuevo situado en un jardín, donde José de Arimatea colocó devotamente el cuerpo de Jesús, es el lugar de donde salió el anuncio de la resurrección: “No tengan miedo, ya sé que buscan a Jesús el crucificado. No está aquí: ha resucitado, como había dicho. Vengan a ver el sitio donde yacía y vayan aprisa a decir a sus discípulos: ‘Ha resucitado de entre los muertos’».

En esta Basílica, recordó Papa Francisco, a la que todo cristiano mira con profunda veneración, «llega a su culmen la peregrinación que estoy realizando junto con mi amado hermano en Cristo, Su Santidad Bartolomé. Peregrinamos siguiendo las huellas de nuestros predecesores, el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, que, con audacia y docilidad al Espíritu Santo, hicieron posible, hace cincuenta años, en la Ciudad santa de Jerusalén, el encuentro histórico entre el Obispo de Roma y el Patriarca de Constantinopla».

Y explicó que todos los cristianos deben acoger «la gracia especial de este momento. Detengámonos con devoto recogimiento ante el sepulcro vacío, para redescubrir la grandeza de nuestra vocación cristiana: somos hombres y mujeres de resurrección, no de muerte». «El Buen Pastor –continuó–, cargando sobre sus hombros todas las heridas, sufrimientos, dolores, se ofreció a sí mismo y con su sacrificio nos ha abierto las puertas a la vida eterna. A través de sus llagas abiertas se derrama en el mundo el torrente de su misericordia. ¡No nos dejemos robar el fundamento de nuestra esperanza!, que es justamente esto: “Christos  anesti”. ¡No privemos al mundo del gozoso anuncio de la Resurrección!».

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