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El 31 de julio de 1926 ha quedado impreso en los anales de la historia de la Iglesia católica mexicana como el día aciago en que los templos tuvieron que cerrar sus puertas al culto público, en señal de protesta contra las leyes persecutorias promovidas por el presidente Plutarco Elías Calles. El mandatario había signado una serie de decretos que reglamentaban el artículo 130 de la Constitución de 1917, reduciendo al clero a la inmediata y forzosa dependencia de las autoridades civiles; además se reformaba el Código Penal introduciendo la figura de “delito de religión” que consistía en desobedecer las disposiciones de la Ley Calles.
Inmediatamente después del cierre de los lugares de culto, algunas organizaciones de cristianos promovieron la resistencia civil pacífica que se extendió prácticamente por todo el país, haciendo ver al gobierno de aquél entonces, la enorme fuerza de convocatoria de la Iglesia católica, y la capacidad de organización y lucha de los cristianos cuando se ven tocados sus más profundas convicciones. Bien es cierto que las estrategias de resistencia no tuvieron el éxito que se esperaba, sin embargo le ofreció una idea a los gobernantes de las dimensiones que podría tomar el conflicto.
Fue entonces que se pasó -aunque no con los mismos protagonistas- de la resistencia pacífica a la lucha armada como último recurso contra las leyes atentatorias contra la existencia de la Iglesia. Miles de laicos se fueron al monte a “buscar a Dios”, que había sido desterrado de sus iglesias. Fusil en mano y al grito de “¡Viva Cristo Rey!”, pelearon por aquella aparente simple razón: volver a tener Misa en los templos. Este hecho no hizo sino recrudecer la de por sí la ya grave situación.
En este contexto, un sinnúmero de sacerdotes, diocesanos y religiosos, tuvieron que desempeñar su actividad pastoral en la clandestinidad. No pocos fueron los que tuvieron que pagar con su propia vida tal osadía. Entre los cristianos que ofrecieron un singular testimonio en ese clima de persecución sobresale una terna de frailes franciscanos de la provincia de san Pedro y san Pablo de Michoacán y un laico acompañante de uno de ellos. Se trata de Fr. José Pérez Rojas, Fr. Junípero de la Vega, sacerdotes, Fr. Humilde Martínez, hermano lego y el señor Isidoro Tirado, muertos en 1928.
Testigos de Jesucristo al estilo de San Francisco
Fray José Peréz, nació en 1890, en Coroneo, Gto., donde fue bautizado con el nombre de David. Vistió el hábito en 1908 con el nombre de Fray José e hizo sus votos en 1909; fue ordenado sacerdote el 14 de junio de 1919. Durante la sangrienta persecución callista pudo irse al extranjero, pero prefirió quedarse en México y realizar una intensa labor ministerial, celebrando misas y administrando los sacramentos. Fue aprehendido el 31 de mayo de 1928, en compañía de don Isidoro Tirado; atado y forzado a caminar a pie 35 kilómetros de Cañada de Tirados (Tarimoro, Gto.) a Salvatierra. A las 5.30 de la mañana, del día 2 de junio de 1928 fue fusilado por los soldados callistas frente al poblado de La Noria, Gto.
Fray Junípero de La Vega, nació en 1874, en Bernal, Qro., fue bautizado con el nombre de Aurelio. Tomó el hábito franciscano en 1901, y fue ordenado sacerdote en 1905. Dedicó gran parte de su vida religiosa sacerdotal a la formación de los candidatos a la vida religiosa, así como al cuidado de los pobres y de los enfermos. El 2 de febrero de 1928, en plena persecución religiosa, fue tomado preso juntamente con Fr. Humilde Martínez, en La Piedad, Mich., y condenado a muerte. La mañana del 6 de febrero de 1928, cuando era llevado en un tren militar a Zamora, Mich., fue fusilado junto a la vía del tren.
Fray Humilde Martínez, vino al mundo en 1872, en Chavinda, Mich., fue bautizado con el nombre de Adrián. En 1901 recibió el hábito e hizo sus votos en 1902. Trabajó de sacristán en varios templos de la Provincia franciscana de Michoacán; también se dedicó a la escultura de imágenes y a la fotografía. Fue compañero del P. Fr. Junípero de la Vega en el noviciado durante los tres últimos años de su vida. Como hemos referido, el 2 de febrero de 1928, fue hecho prisionero en La Piedad, Mich.; estando en la cárcel le escribió a su superior una carta diciéndole que estaba decidido a todo. Fue fusilado el 6 de febrero de 1928, junto a la vía del tren en El Sauz de Abajo, Mich., cerca de Zamora, a 19 kms. de donde fue ejecutado el P. Fr. Junípero.
El Sr. Isidoro Tirado nació en La Cañada de Tirados de Abajo, municipio de Tarimoro, Gto., el 2 de abril de 1897; fue bautizado dos días después. Se casó y tuvo cuatro hijos. Por orden del Gobierno desempeñó el cargo de Jefe de Armas de La Cañada, pero siempre fue buen cristiano; cultivó amistad con el P. Fr. José Pérez a quien invitó a celebrar Misa en Cañada el 31 de mayo de 1928. Eso motivó que el fraile fuera buscado por el ejército callista. Terminada la Misa, fueron aprehendidos en un lugar conocido como El Cajón. Entonces el Coronel al mando reclamó a Isidoro, diciéndole: ¿Por qué sigues al sacerdote y no a nosotros? A lo que respondió: “Antes era de ustedes, ahora no. ¡Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe”! Fue fusilado inmediatamente por el Coronel, el 31 de mayo de 1928.
A la espera de la beatificiación
Originalmente la causa de beatificación, que se conoce como Fray José Pérez y compañeros, y promovida de manera conjunta entre la Provincia franciscana de Michoacán y la Arquidiócesis de Morelia, comprendía solamente a los tres frailes, sin embargo, recientemente, a iniciativa del obispo moreliano, se ha incluido al laico Isidoro Tirado; la propuesta ha recibido el beneplácito de la Santa Sede. Los restos de los frailes se encuentran en el templo de san Francisco en la ciudad de Salvatierra, Gto., esperando que la Iglesia reconozca la heroicidad de su testimonio y pueda presentarlos como modelos de seguimiento de Jesucristo.