Pbro. Sergio García Guerrero, MSPS.
Domingo, Pedro, Pablo: que hermosa coincidencia para nuestra celebración de la vida de fe. La resurrección de Jesús, que celebramos todos los domingos, lo hacemos ahora celebrando también el testimonio apostólico de quienes, en el designio de Dios, fueron llamados a dar un mensaje privilegiado de esta gran verdad que atraviesa la historia dejando abundante vida: San Pedro y San Pablo.
Me atrevería a hacer una sugerencia imposible. Me gustaría que a esta celebración de san Pedro y san Pablo se uniera la fiesta que celebramos el 22 de julio Santa María Magdalena. Los tres venían de muy lejos y llegaron muy lejos. Uno, venía de ser un pescador desconocido y terco; el otro, de ser un conocido perseguidor; ella, de un enredo de pasiones de las que fue liberada. Y llegaron muy lejos en el Evangelio de la vida nueva.
Pedro fue colocado como roca y cimiento del Reino encarnado y expresado en la Iglesia, Pablo incansable predicador del evangelio, María Magdalena formó parte de los discípulos de Jesús, la única, de los tres, que estuvo presente al pie de la Cruz y en la madrugada de la Resurrección con el privilegio de ser la primera testigo de Cristo resucitado y evangelizadora de evangelizadores.
Claro que existe “la comunión de los santos” y celebramos su fiesta el 1 de noviembre. Pero, hoy en el testimonio supremo de entrega de los apóstoles, entraría también quien lo hizo posible a su manera y en el proyecto de Dios. María Magdalena también venía de muy lejos y llegó muy lejos gracias a su relación de amor y fe con Jesús.
Pero la celebración de hoy nos invita a contemplar a nuestra querida Iglesia en su condición divina y humana, sus luces y sombras. Nunca se ha dicho divina y angélica, como muchos quisieran verla y se escandalizan de sus debilidades. Claro que duelen las caídas, pero hacen crecer. Testimonio de esto fue la vida de Pedro y Pablo. Si tuviéramos una Iglesia inventada seguramente hubiéramos evitado poner los lados oscuros y débiles. No se trata de presumir, se trata de asumir la misión que el Señor Jesús entregó su tesoro, el mensaje del Reino y el proyecto de Dios y asumirla con sus luces y sombras.
Pedro, el generoso; Pablo, el apasionado; Pedro, el espontáneo; Pablo, el profundo; Pedro dando solidez definitiva a la Iglesia, Pablo diciéndonos que la Iglesia es evangelizadora. Alguna vez se encontraron, en otras condiciones se alentaron, siempre se complementaron. Pedro tiene el don de darle jerarquía a la Iglesia, Pablo aporta el carisma del movimiento evangelizador. Los dos unidos en el testimonio final y definitivo de dar la vida por Cristo… y por nosotros.
Hermosa fiesta de Pedro y Pablo, buena oportunidad para reforzar nuestro Credo cuando decimos: “Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica.
“Esperamos, como lo tenemos prometido, un cielo nuevo y una tierra nueva” (2 Pe 3,13).
“Para mí, la vida es Cristo” (Fil 1, 21)