Poner “alma, vida y corazón” es empeñar toda la persona, ponerse totalmente al servicio de algo o de alguien. Este lenguaje coloquial coincide con el modo cómo las santas Escrituras expresan la realidad del ser humano, su psicología, su personalidad. El alma o espíritu es el principio superior y trascendente que conecta al hombre con Dios; la vida es la realidad humana como ser viviente; y el corazón abarca toda la interioridad humana con sentimientos, pensamientos y sensaciones. Esta es la maravilla que Dios creó al principio “a su imagen y semejanza”, el ser humano. Misión del hombre es devolver al Creador esta imagen semejante “amando a Dios con todo el corazón, con toda su alma o espíritu y con todas sus fuerzas vitales. Con todo su ser. Es el hombre en plenitud.

Este maravilloso intercambio de Dios y del hombre se concentra en el corazón. Dios se duele grandemente en su corazón de haber creado al hombre, porque su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día. Decide así enviar el diluvio. Pero el corazón del hombre es lo más difícil de cambiar. No se logrará mediante castigo alguno exterior. Terminado el diluvio, según el texto bíblico, Dios se compromete a no volver a destruir la tierra, aunque los deseos del corazón humano, desde la adolescencia, tienden al mal. Ahora, el hombre y la creación entera no subsisten sino por la gracia y la misericordia de Dios. Si la creación primera era obra del poder de Dios, ahora lo es de su misericordia.

Pero Dios no se resiste a perder su imagen. Decide cambiarle el corazón. Un hombre, con el corazón semejante al de Dios, pero débil, fue David. Después de su adulterio y asesinato, pide a Dios que cree en él un corazón puro, que lo renueve por dentro enviándole su santo Espíritu. Sólo el Espíritu santo, el poder creador de Dios, será capaz de cambiar el corazón del hombre, de rehacer en él la imagen divina.

Esta aspiración de David la retomaron los profetas y anunciaron que en los días del Mesías, Dios haría con su pueblo una alianza nueva, escrita en la carne de su corazón. En su interior. Esta será la obra del Espíritu Santo. Fue el Espíritu Santo quien imprimió la imagen perfecta de Dios en el seno virginal de María, y de allí brotó el corazón humano de Dios en su Hijo divino, Jesucristo.

Cuando nosotros hablamos del Corazón de Jesús y lo adoramos y le damos gracias y le pedimos perdón, nos estamos refiriendo al corazón mismo de Dios, que con amor de Padre nos ama y nos entrega a su Hijo; al amor del Hijo que nos ama y da su vida por nosotros pecadores; y al amor divino que es el Espíritu Santo, que formó y habitó en el corazón del Hijo para reflejar y hacer posible el amor del Padre. Está implicada la santa Trinidad, Dios que es amor.

El Corazón de Jesús no es sólo el órgano físico de su cuerpo, sino también la sede de sus sentimientos y la expresión particular de toda su Persona. La Persona divina del Hijo ha hallado en el corazón la manifestación humana de su amor hacia nosotros. Es una prolongación del misterio de la encarnación. Este es el misterio divino escondido en los siglos en Dios y manifestado a nosotros por medio de Jesucristo en la santa Iglesia. De ello dan testimonio las santas Escrituras. Ellas pueden calentar nuestro corazón para acercarnos a la llama ardiente del Corazón de Jesús.

+ Mario De Gasperín Gasperín

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