Por Felipe de J. Monroy, Director Vida Nueva México /
El proceso de reformas en el que se ha empeñado el Estado mexicano desde hace un par de años ha supuesto un enorme esfuerzo por parte del propio sistema estatal, de sus organismos y de los partidos políticos que detentan -no siempre con justicia ni sin interés particular- la vocería y representación del pueblo mexicano. Las reformas estructurales no significan otra cosa sino las modificaciones de los parámetros legales para la supuesta mejora en la operatividad, inversión y manejo de recursos materiales y sociales para el desarrollo de la nación.
Las reformas que abarcan las dimensiones de energía, educación, telecomunicaciones, hacienda y la del propio Estado mantienen con inquietud a gran parte de la sociedad mexicana sobre los beneficios reales que la conclusión de estos debates hará tangibles entre la población. El debate y el análisis de dichas reformas ha traspasado los causes del discurso legislativo en el país y las interrogantes desde diferentes miembros de la sociedad civil no se han tardado en hacer presencia mediática.
Así lo ha hecho la Conferencia del Episcopado Mexicano quien a nombre de los obispos del país ha publicado en el marco de su 97° Asamblea Plenaria el mensaje ¡Actuemos ya! el cual básicamente secunda el cuestionamiento que se ha hecho en diferentes espacios ciudadanos sobre el interés prevalente de la población en el tema de las reformas estructurales y advierte que la verdadera reforma debe acontecer en la mente y el corazón: “Si no se reforma la mente y el corazón, si no se reforma la conciencia que genere una auténtica escala de valores y nuestra capacidad de encuentro y fraternidad solidaria no habrá reforma que nos ayude a superar las intolerables desigualdades e injusticias sociales”.
En las palabras de los obispos de México resuenan las del papa Francisco en aquella entrevista al sacerdote jesuita Antonio Spadaro, director de la Civiltà Cattolica: “Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser de las actitudes”. Y este cambio de actitud que propone el episcopado mexicano compromete a los bautizados tanto como les compromete a ellos mismos: “Los obispos, especialmente han de ser hombres capaces de apoyar con paciencia los pasos de Dios en su Pueblo, de modo que nadie quede atrás, así como de acompañar al rebaño, con su olfato para encontrar veredas nuevas”, dice el Papa.
La construcción de sociedades más abiertas, participativas y corresponsables es un deseo que claman diferentes organizaciones sociales, culturales y comunitarias; es una respuesta al modelo oligopólico asentado en el país durante todo el siglo pasado. En su mensaje, los obispos han puesto ejemplo en esta apertura, sin hacer exclusivo al destinatario de su mensaje ni cerrarse a las propuestas que no emerjan de cierto grupo social o gremio cultural. En su ¡Actuemos ya! se lee un plural incluyente que destierra a las tercera personas, a ‘aquellos’ y lo transforma en un ‘nosotros’.
Esto ha sido lo que manifestaron los obispos mexicanos al Papa durante su peregrinación a Roma, el cardenal Francisco Robles Ortega lo sintetizó en un panorama claro-oscuro: un pueblo que busca desarrollo justo y sustentable pero mantiene una “extendida y endémica pobreza”; un pueblo alegre que ama la vida pero que “enseñorea la cultura de la muerte”; un pueblo que practica la solidaridad pero con “hondas divisiones”.
Para el cristiano participar es acompañar y el acompañamiento -como dice el clásico- es el arte de aprender siempre a quitarse las sandalias, ante el terreno sagrado del otro. Este terreno en particular es el de las garantías sociales que, si bien jamás alcanzó en plenitud la sociedad mexicana, por lo menos se encontraban en fragmentos legislativos de ideales por trabajar. Estas garantías, hoy ausentes, podrían convertirse en apenas una ilusión del pasado si las reformas actuales se agotan en tecnicismos sin ubicar como fin último de su propósito el bienestar de cada persona humana.