Por Fernando Pascual |

Miles de personas salen a la calle. Gritos, pancartas, reivindicaciones. En algunos casos, por desgracia, entre los manifestantes hay “violentos”. A veces entre las autoridades unos piden mano dura. La situación degenera, por culpa de unos, de otros, o de los dos. Cuando ya han muertos y heridos, explota el caos y las polémicas.

Las manifestaciones públicas son un medio para defender aquello que es visto como justo. Ocurre, sin embargo, que no siempre los manifestantes defienden una bandera justa, y que no todos actúan con el debido respeto hacia las personas y los bienes materiales.

Sí: hay manifestaciones que defienden graves injusticias. Bastaría con mirar las imágenes de multitudes que alaban a un dictador, o que exaltan el terrorismo, o que desprecian e insultan a los miembros de una religión, o que piden el aborto como si fuera un derecho. ¿Es que puede ser defendido como derecho un acto tan grave como el de matar a los hijos antes de nacer?

Otras veces las manifestaciones defienden ideales buenos y una justicia irrenunciable. Cuando piden trabajo para jóvenes y adultos, cuando exigen seguridad ante la violencia de grupos delincuentes, cuando denuncian la corrupción entre los políticos, cuando piden derechos fundamentales, las manifestaciones levantan banderas que deben ser escuchadas por quienes, como gobernantes, están llamados a servir a sus pueblos.

La distinción entre manifestaciones “justas” e “injustas” surge, por lo tanto, desde lo que unas y otras defienden. Pero hay otra distinción: manifestaciones pacíficas y manifestaciones violentas.

Por desgracia, hay  quienes defienden una causa justa y se dejan arrastrar por violencias gratuitas. Romper cristales de tiendas, asaltar negocios, quemar tambos de basura o coches aparcados: ¿es que existe alguna justificación para ese tipo de actos arbitrarios y destructivos?

En muchas ocasiones, ese tipo de actos agresivos son el resultado de acciones de minorías violentas y más o menos organizadas. Los organizadores, los manifestantes “de a pie” y la policía deberían aliarse para que esas minorías no puedan actuar impunemente, por el daño que provocan sobre inocentes y por las tensiones que pueden desencadenar entre las fuerzas del orden y el resto de manifestantes pacíficos.

Trabajar por la justicia implica hacerlo con justicia. Una manifestación pierde legitimidad cuando recurre a la violencia. En cambio, una manifestación por una causa justa queda “autentificada” cuando se desarrolla en un clima de respeto hacia las personas y los bienes materiales de otros miembros de la sociedad.

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